Rosalie fue arrastrada brutalmente a una habitación que más parecía una prisión, donde uno va y viene constante de mujeres entraban y salían, como si estuvieran participando de un siniestro ritual. El ambiente, aunque espacioso, transmitía una sensación de opresión. Las paredes claras, aunque hermosas, parecían cerrarse sobre ella, haciendo el espacio aún más claustrofóbico. En el centro de la habitación, una majestuosa cama de dosel dominaba la escena, y un espejo grande y lujoso, reflejando la agonía en los ojos de Rosalie, adornaba una de las paredes.En la esquina de la habitación, estratégicamente posicionado como un trofeo siniestro, se encontraba un largo vestido de novia, una obra maestra de seda pura. El busto del vestido era esculpido con precisión, un corte recto que se desplegaba elegantemente en una cola larga, que fluía como un río de satén.Rosalie no necesitaba explicaciones para comprender lo que le estaba pasando en ese momento angustioso.Mientras una de las mujeres
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