AMÉLIA LEALExistir una volubilidad en el humor de este hombre que sólo Dios puede explicar, no es posible. Una hora estamos bien y a la siguiente parece querer arrancarme la cabeza, no puedo con eso.Vale, está bien, yo tampoco soy un cariño. Excepto que estuvimos bien hasta el desayuno, riendo y hablando como si él no fuera un enemigo declarado de mi familia, y luego todo cambió, de repente.Cielos, me chupó el coño anoche como si fuera su postre favorito y ahora tiene este ceño fruncido, digno de quien comió y no le gustó. Pero en este caso, ni siquiera comió, solo lo probó.— ¿Qué? — digo, levantando los brazos y enfrentándolo.Él resopló, como si mi pregunta fuera tonta, y me enojó aún más, sacando toda la paciencia de mi cuerpo.— Mi blusa te queda muy bien. – Comento, tratando de desviar mi atención, ya que me ofreció una de sus blusas luego del comentario que hice sobre la mía ayer.— Escupe lo que te molesta, Henrico. Solo habla.— Digo bruscamente, colocando ambas manos en mi
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