Los días se convirtieron en semanas, y la relación entre Lucía y Diego siguió evolucionando en un delicado equilibrio. Aunque Diego había comenzado a abrirse poco a poco, la presión del trabajo seguía siendo abrumadora. Cada vez que Lucía lo veía, sentía que había más detrás de la fachada de su jefe: un hombre herido, perdido en su propio laberinto. Pero también había momentos en los que el viejo Diego, el narcisista egocéntrico, se hacía presente. Era una batalla constante entre el deseo de conocerlo y el miedo a su rechinar de dientes.Un día, mientras Lucía revisaba un informe en su escritorio, Diego se acercó. “Necesito que te prepares para la reunión de mañana. Quiero que presentes el nuevo enfoque que discutimos,” dijo, su tono era profesional, pero Lucía notó un destello de nerviosismo en su mirada.“Claro, Diego. Estoy lista. Creo que será una gran oportunidad para mostrar lo que hemos trabajado,” respondió Lucía, sintiendo una mezcla de emoción y ansiedad.“Quiero que sepas q
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