Recogimos nuestras maletas y salimos por la puerta de arribos, dónde nos esperaban nuestros padres, los abuelos de Kentin, Gaeil y Helena. Al verlos nos acercamos corriendo y los abrazamos a todos.—¿Cómo les fue? —preguntó mi madre mientras nos abrazaba a mi esposo y a mí.—Increíble, aunque cuesta acostumbrarse al cambio de estación y sobre todo al jetlag —respondió Kentin.—Y los carteles en japonés, nos costaba horrores encontrar algún lugar para comer, pero los japoneses son gente muy amable —dije, Gaeil tomó la valija de mi esposo y mi padre la mía.Mientras les íbamos contando algunas experiencias, nos subimos en el monovolumen de mi padre junto con mis viejos y los abuelos, mientras que Gaeil, Helena y Thomas iban en la camioneta de mi suegro.Nos reunimos en la casa de la pradera (que gracias a la donación en vida de Thomas, ahora era de nosotros), abrimos la puerta y nos percatamos que había muebles nuevos minimalistas en negro y marrón.—Es una pequeña atención —dijo Gaeil
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