— Mantendré las distancias con ella, lo prometo.— Está bien. ¡No me avergüences de nuevo!Dice con su habitual tono seco. Estaba de pie delante de mí, impidiéndome el paso.Tu señora debería tener al menos la decencia de no frecuentar la casa donde vivimos como marido y mujer, aunque esta unión sea sólo judicial.— Te garantizo que no se repetirá, Adriel.La voz me salió baja y forzada, las manos me temblaban de rabia mientras me apretaba la bolsa contra el estómago, tenía la cabeza gacha y así permanecí hasta que desapareció por el pasillo.Cuando estuve segura de que estaba sola, salí prácticamente corriendo, con la respiración jadeante y los pasos precisos, las lágrimas corrían incontrolables por mi rostro.Sentimientos confusos que aún no sabía cómo manejar, todo lo que vivo y, presencio hoy, es nuevo y fuera de lo común. Al menos para mí.Cerré la puerta detrás de mí, cuando bajé el último escalón fuera de la casa, liberé el aire viciado que me sofocaba, el mismo que me lastimab
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