Sentía que me rompía en mil pedazos al decirlo, como si cada palabra que salía de mi boca desgarrara algo en mi interior. Lo sabía desde el momento en que las pronuncié, pero no podía contenerlo más, ya no. Mi vida estaba fuera de control, desmoronándose a mi alrededor, y lo único que quería era escapar, desaparecer. Me giré, dispuesto a marcharme, aunque sabía que no tenía fuerzas para dar un solo paso. Entonces, la escuché. Sara respiró hondo, el sonido era tan claro en el pequeño espacio del baño. Pude sentir el peso de su desesperación, como si el aire estuviera cargado de su dolor. Colocó sus manos sobre el lavabo, su postura rígida, sus hombros tensos.—Mira, no me importa —dijo, pero su voz temblaba, una contradicción de sus palabras—. Haz lo que quieras y déjame sola.No me atrevía a moverme, pero ella continuó, su tono intentaba ser firme aunque era obvio que estaba al borde de romperse.—Ahora, si me disculpas…Se dirigió a la ducha, abrió la mampara de cristal y dejó cor
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