—No es que me esté quejando —aseguró Maximina, que veía a su nuera arreglarse para ir a celebrar su quinto aniversario—, porque en serio amo mi casa llena de niños, pero, solo tal vez, deberían considerar el dejar de hacer crecer a la familia.Marisa se rio, ya no apenada, como en un inicio se sentía cada que esa mujer bromeaba con ella, sino en serio divertida por el tono en que esa mujer le había hablado.Y sí, Marisa le creía a su suegra que amaba su casa llena de niños, pero también sentía un poco justo que Maximina se quejara, porque cinco niños en casa si parecían demasiados, incluso para ella.Un año después de su boda, ella dio a luz unas preciosas gemelas a quienes llamó María Fernanda y María Alexandra, a quienes llamaban Mafe y Male; y, dos años después de eso, había nacido el pequeño Mateo, que ahora estaba por cumplir los dos años ya.Así que, desde algo de tiempo atrás, y hasta esa fecha, la casa en que todos vivían era una locura que, en realidad, todos adoraban.Muchas
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