Los dos días faltantes pasaron de volada, las noches fueron fabulosas a su lado, me encontraba insaciable y lejos de lo que pensé en un principio, no le veía un final pronto a esto. Dejó claro que no le importaba su esposa y por parte mientras todo se mantenga en secreto estaba bien, el sentimiento de culpabilidad aún no se cruzaba por mi cabeza. «Soy una perra» pensé. Cuando llegamos me dejó en la puerta de mi casa despidiéndose de mi, no sabía cómo iba a funcionar todo esto de ahora en adelante, si sólo sería exclusivo cuando fuera a Washington o seguiríamos haciéndolo aquí. De cualquier forma, estaba bien con todo. No necesitaba su continua atención, lo que quería es no volver a caer en el tormento de la abstinencia. Era sábado por la mañana y me encontraba en una tienda exclusiva de vestidos de novia, mi amiga llevaba midiéndose tres en lo que iba de la mañana. Su madre, su cuñada y yo la acompañábamos. —¿Qué tal este? —salió vistiendo uno de corte sirena, nada ostentoso, basta
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