Desde que tengo uso de razón, mi madre es la persona que más he admirado en el mundo. Aún siendo testigo en primera fila de lo que ha sido capaz de hacer, me resulta increíble que prácticamente sola haya sacado adelante una familia de cinco, teniendo en cuenta que de esos cinco, tres éramos niños y uno era un adicto. Como si ya no fuese eso alucinante, mi madre nunca se ha quejado. Sin embargo, a veces, me enojaba al ver como mi madre desperdiciaba todo su potencial. Solo sé que me daba mucho coraje ver como mi mamá, una mujer tan inteligente y tan inagotable, se conformaba con una casa de madera, en medio de la nada, rodeada de tomates. Por eso, cuando cumplí dieciocho salí despavorida a buscar trabajo. Sabía que los planes de mamá era emplearme en su pequeña fábrica de salsa de tomate casera, pero yo me negué a la idea. Mi plan -el menos realista- era mudarme a la ciudad pero ni tenía los recursos ni los medios para hacerlo. No contaba con el dinero suficiente para mudarme, ni tení
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