Zashirah suspiró, los nervios amenazaban con hacerla temblar sin reparos. Volvió a suspirar, debía hacerlo, era ahora o nunca, no podía seguir dándole largas al asunto, la necesidad de aclarar todo la estaba consumiendo. La puerta del pequeño salón estaba abierta, entró de manera sigilosa con el corazón golpeando contra su pecho. Allí estaba él, Shemir, estaba concentrado en los muchos papeles dispersos en la mesa. —Buenos días, Shemir— dijo suavemente, el joven levantó la cabeza de los papeles y la observó, un extraño brillo cruzó su mirada, no supo definir bien qué era. —Alteza, muy buenos días— odiaba que la llamara así, era claramente una barrera que levantaba entre ellos. El joven se puso en pie e inclinó levemente la cabeza— ¿Cómo se encuentra ésta mañana?—Gracias a Alá, gozando de buena salud. Espero tu también.—Así es. ¿Puedo ayudarle en algo?— preguntó seriamente. —Naiara, me ha dicho que podría encontrarte aquí— dijo intentando controlar sus nerviosas manos, para evitar
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