— Yo…no se si quiero esto — dijo Isabella sin dejar de mirar a los ojos de tormenta de Joseph.— Si lo quieres, me deseas, casi tanto como yo te deseo a ti, eres una mujer, no una niña, deja tu timidez de lado y acepta que me deseas, siente mi piel y dime a los ojos que no sientes nada, si lo haces, entonces me iré para nunca más vernos, no lo aceptare de otra manera — dijo Joseph mirando directamente a los ojos de Isabella y tomando la mano de su musa para forzarla a tocar los músculos de su poderoso pecho.Isabella se estremeció ante aquel repentino contacto, los músculos de Joseph, un por debajo de aquella elegante camisa fina, se sentían duros, poderosos, sintiendo su mano sosteniendo la suya, pudo saber que su piel era cálida y se sentía suave, un escalofrió lograba recorrerla de pies a cabeza, liberando mil sensaciones distintas a la vez, y, por primera vez, quiso saberlo, averiguar lo que se sentiría tener el enorme cuerpo de Joseph sobre el de ella, saber que se sentiría tener
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