El padre de Matías colgó abruptamente, dejando a su hijo tontamente aferrado al micrófono, sin saber qué decir. Anastasia notó que se veía mal y preguntó en voz alta. —¿Era tu padre? ¿Qué dijo? Él suspiró. —Quiere vaya a casa y que tú vayas conmigo. —Está bien. —¿Qué? —Estoy libre estos dos días, y también quiero verlos. —¿Quieres ir conmigo? — Él no podía creerlo. Ella frunció el ceño ante su pregunta — Espera, iré, pero no porque me agrade ir contigo, son mis suegros después de todo, me han tratado bien todos estos años, es lógico que quiera ir a verlos. —Entiendo —respondió, sintiendo una leve sensación de pérdida. ¿Qué estaba pensando? ¿Qué ella de la noche a la mañana se enamoraría de él? —Voy a preparar el desayuno, ¿qué quieres comer? Ignorando su reacción melancólica, Anastasia se desvió hacia la cocina, preparo la cafetera y sirvió dos tazas de café fuerte. Él miró a su delicada esposa, y de repente sintió que le debía mucho, en los últimos seis años, se había ido
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