―¿Qué demonios haces aquí? ―pregunto levantándome y confundida de verlo aquí un sábado. ―Descuida, sólo vine a disculparme por lo de anoche ―alza las manos en rendición. ―No necesito tus disculpas, puedes irte por donde viniste. ―Mira, enserio lo lamento, pero tu decidiste irte de las carreras sin avisarme. ―¿Qué? ¿Ahora resulta que yo tengo la culpa? ―espeto indignada, sin poder creer que Lionel después de todo lo que pasé, decida lavarse las manos. ―No es eso, pero si te hubieras quedado, yo mismo te hubiera traído hasta acá. ―Eso no hizo falta, puedes ver que estoy perfectamente bien, y no precisamente gracias a ti. ―Sí, lo noté ―menciona con molestia y se acerca― ¿Cómo llegaste? ―Eso no es asunto tuyo. ―Por supuesto que es asunto mío, saliste conmigo bonita, tenías que volver conmigo. Esa afirmación suena más como una exigencia ¿Qué le pasa? Me dejó varada a mi suerte ¿Y ahora se cree con derecho de exigir explicaciones? ―No, en eso te equivocas, dejo se ser asunto tuyo
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