Miré mi mano izquierda, más específicamente, el reluciente anillo dorado en mi dedo anular. La sortija era brillante, simple, solo un círculo adornando mi mano. Pero, extrañamente, el solo verla me aceleraba el corazón; ese era mi anillo de matrimonio. Sonreí ampliamente y levanté la mano a la luz de la lampara, a fin de que el oro destellara en mi dedo. —¿Estás feliz? —susurró en mi oído, abrazándome por detrás. Colocó la palma de la mano justo en mi bajo vientre y, a pesar de traer puesto un vaporoso vestido de novia muy cómodo y sencillo, mi respiración se aceleró. Con las mejillas algo rojas, coloqué una mano sobre la suya. Luego me volví hasta quedar de frente a mi esposo, mi perfecto esposo. Él me sonrió y yo me puse todavía más colorada. —Te amo, Livy. Gracias por casarte conmigo. Dado que estaba descalza, tuve que ponerme de puntillas y apoyarme en sus hombros para intentar alcanzar su boca. Al verme en dificultades, me tomó de la cintura con un brazo y me cargó.
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