Margret Tenía miedo, mucho, mucho, mucho miedo. No sólo de Lucifer, no, creo que él era mi menor problema por el momento. Tenía miedo de mi mismo y de Nicklass. No había sabido nada de él por un rato y sabía que él podía comunicarse conmigo sin que nadie más lo supiera, pero él por alguna razón que no me daba buena espina, no lo había hecho. También tenía miedo de mi misma, porque estaba experimentando un cóctel de emociones que no me gustaban. Estuvimos caminando aproximadamente treinta minutos —el castillo de Lucifer no tenía fin—, hasta que por fin nos de frente a una puerta color caoba, de unos aproximados tres metros. Sentí que mi cuerpo temblaba por la incertidumbre de no saber lo que se escondía detrás de la puerta, pero hice todo lo posible por calmarme antes de siquiera darle una señal de debilidad al Diablo. Llevaba aún las ataduras en mis muñecas y tobillos, pero esta vez amarradas entre sí, como uno de esos criminales peligrosos que aparecían en los programas de A&E
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