España, 19 de diciembre de 1707.Isabel ya sonreía y todo en la casa estaba en total normalidad, poco quedaba de la muchacha triste que había llegado aquel 16 de septiembre; ahora se le notaba más plácida. Sin embargo, aunque me gustaba verla sonreír, me costó aceptar que su notoria felicidad era por el nuevo extraño, un aristócrata recién llegado de viajar por toda Europa. Todos, incluyendo mi padre, estaban fascinados por el joven o mejor dicho por el pretendiente de mí prima; no podía evitar sentir celos, ya Isabel no jugaba conmigo en el jardín, ni me contaba historias fantásticas de guerreros en batallas, por el contrario, me había ganado una reprimenda y una paliza por parte de mi padre, por haberle derramado el agua a Damián Alameida, ese era su nombre.Recuerdo qué Isabel no me hablaba, por varios días estuvo molesta conmigo; mi madre trató de justificar mi actitud alegando que eran celos de primo; tenía razón, pero también era verdad qué Damián era un ser malvado, eso lo intu
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