Todos los capítulos de OBSESIONADA. El guardaespaldas de mi prometido: Capítulo 91 - Capítulo 100
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CAPÍTULO 90. Unas caras de destrucción masiva
—¿Y si lo llamamos como uno de nuestros amigos? —sugirió Marianne, dirigiéndole una sonrisa a Gabriel.—Me gustaría que así fuera —respondió él con voz risueña—. Pero ya viste cómo se pusieron con el asunto del padrino. ¿Quieres que nos crucifiquen?Marianne rio porque sabía que él tenía razón.—Bueno, pues para que no haya discusiones, ¿qué tal... Gabriel? como su papá... —sugirió.Gabriel se puso rígido y sus ojos se llenaron de lágrimas, pero negó con la cabeza.—¿Y si mejor le ponemos como su abuelo? El paterno, digo —aclaró Gabriel por si acaso—. Mi padre murió cuando yo era joven, pero siempre tuve muy buenos recuerdos de él, era un hombre increíble y me enseñó todo lo que sé.—¿Cómo se llamaba? —preguntó Marianne.—Jay.—¡Jay Cross! ¡Me gusta! —sonrió la muchacha acariciando la mejilla de su hijo—. Sí tiene cara de Jay.Se quedaron mirándolo por un momento y luego Gabriel se limpió las lágrimas y sostuvo a su hijo mientras Marianne descansaba un poco.—¡Te quiero mucho! —le sus
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CAPÍTULO 91. De vuelta a la acción.
Si alguien le hubiera preguntado a Gabriel Cross cuál era la mejor parte de ser padre, definitivamente habría dicho que todas, desde ver dormir y despertar a su hijo, hasta compartirlo con su madrina y todos sus padrinos. Por fortuna Lucio tenía razón, no faltaban brazos para ayudar, porque siempre estaban ellos cerca.Sin embargo Gabriel sabía que cada día que pasaba, el caso contra Asli Grey... o contra cualquiera que hubiera tratado de envenenarlos, se enfriaba. Así que el capitán aprovechó uno de esos momentos en que Reed y Stela estaban acaparando al bebé, para cruzar la calle y hablar con Max.Su amigo le entregó una cerveza y los dos se sentaron el portón.—¿Pudieron avanzar algo en la investigación? —preguntó Gabriel.—Norton trabaja con la misma sospechosa, Asli, pero aún no podemos arrestarla —respondió Max—, necesitamos más pruebas... porque el caso de repente se expandió.—¿Se expandió? ¿De qué hablas? —quiso saber Gabriel.—¿Recuerdas los archivos que saqué de los servido
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CAPÍTULO 92. Procura no dejarnos solos
Gabriel sabía que estaba jugándose el cuello, porque a Marianne no le haría ninguna gracia lo que iba a decirle, pero la verdad era que no tenía muchas opciones.—Mocosa... espero de verdad que te tomes esto de la mejor manera posible... pero tengo que decirte algo que no te va a gustar —suspiró—. Tengo que volver a la acción.Marianne arrugó el ceño.—Aclárame "acción" —casi gruñó—, ¿Acción de "te voy a coger salvajemente encima de la mesa" o acción de "voy a meterme de nuevo una pistola en el cinturón"?Gabriel hizo una mueca y apretó los labios.—También te puedo coger salvajemente encima de la mesa...Pero Marianne sabía perfectamente qué significaba ese "también".—¡Maldición, Gabriel, me dijiste que ibas a estar a salvo! ¡Por nosotros! —espetó molesta.—¡Lo sé, mocosa, lo sé, pero entiéndeme! ¡No podemos seguir escondidos en esta casa esperando que de repente todo se resuelva! —replicó él—. Llevamos más de medio año como testigos protegidos, primero por los Marshall, luego por n
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CAPÍTULO 93. Procura no meterte
—Tienes dos opciones muy simples: O me llevas a tu punto de inicio, al lugar donde cargas el camión, o te juro por todo lo que me importa que te dejaré en manos de los Marshall, para que disfruten encerrándote por un largo... ¡largo tiempo! ¿Me has entendido? -gruñó Gabriel.El hombre asintió en silencio con la cabeza, encendió el camión y salió del almacén. Tomó un camino aleatorio e iba aumentando la velocidad conforme se alejaban de allí. Poco después, se detuvo en una gasolinera en las afueras de la ciudad y giró a la derecha.—Vamos directo al depósito —dijo.El hombre giró otra vez y se metió en un camino de tierra que se adentraba en los bosques. El camión rebotaba al avanzar por aquel sendero tan irregular y pedregoso, pero el hombre parecía saber lo que hacía y no tardaron en llegar. Cinco minutos después, estacionaban en una granja desierta y abandonada. El conductor detuvo el camión frente a un viejo edificio de piedra que parecía estar a punto de derrumbarse.—¿Qué es este
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CAPÍTULO 94. Prefiero morir
Habían pasado minutos, solo minutos desde que Jay se había dormido profundamente en los brazos de Stela.Marianne daba vueltas por aquella casa con desesperación, sin saber nada sobre Gabriel, y eso la estaba poniendo muy nerviosa. El silencio afuera era tan absoluto, que el sonido de aquella puerta abriéndose y cerrándose había sido demasiado evidente.Marianne se cruzó de brazos frente al enorme ventanal de la terraza, y suspiró haciendo acopio de entereza.—La última persona que me apuntó con un arma terminó muerta —siseó sin volverse—. Deberías haber aprendido de su error... ya que era tu madre.A su espalda Asli sonrió con desprecio.—Mi madre cometió un error, mi hermano también: los dos te subestimaron... pero yo no me equivocaré tanto.—¿De verdad? —susurró Marianne girando lentamente sobre sus talones para enfrentarse al rostro arrogante y frío de su hermanastra.Asli no le temía, eso estaba claro, pero estaba segura de que podía usar su arrogancia en su contra.—Los dos pens
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CAPÍTULO 95. ¿Quién dijo que la dejé desprotegida?
A Gabriel se le detuvo el corazón al ver el cuerpo de Marianne frente a él, con aquellos dos disparos en el pecho, mientras su hermanastra parecía sacada de un manicomio de tan alto como reía.—Tú... que decías que la querías tanto... ¡pero en cuanto tuviste oportunidad te fuiste a jugar de nuevo a la guerra y la dejaste desprotegida!Por los ojos de Gabriel pasó un brillo de odio, pero en su rostro se dibujó una sonrisa.—¿Y quién dijo que la dejé desprotegida? —siseó mientras miraba por la ventana de la habitación—. Asli, te presento al Sargento Damian Scott, más conocido como "el fantasma en el ático".Lo único que Asli vio fue aquella línea de luz roja que venía del vacío hacia su cabeza. La última expresión de su rostro fue de espanto y de odio, pero antes de que levantara el arma de nuevo los labios de Gabriel formularon una sola palabra:—Hazlo.El vidrio de la ventana se hizo añicos y el ruido de cristales cayendo sobre el suelo de madera duró más de lo que tardó el cuerpo de
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CAPÍTULO 96. El lugar más peligroso del mundo
Gabriel estaba muy feliz, aunque aún no podía creer que todo aquello fuera real. Marianne y él habían pasado por tantas cosas juntos, y ahora, después de todo, estaban allí: en un avión rumbo a Suiza para empezar una nueva vida.La verdad era un poco difícil de asimilar, pero estaban listos para lo que fuera.Después de casi medio día de vuelo, finalmente llegaron a Suiza y fueron directamente al apartamento que Stela les había preparado.Cuando abrieron la puerta, quedaron sorprendidos al ver cuán bonito era todo. Era mucho más grande de lo que esperaban y estaba amueblado con mucho gusto.—¡Es perfecto! —exclamó Marianne mientras recorría el lugar.—Sí, realmente es hermoso —convino Gabriel, sonriendo.Poco después llegó Lucio con el pequeño Jay, y Marianne y Gabriel se deshicieron en besos y mimos para su hijo.—¡Dios! ¡Si parece que creció en solo unos días! —Marianne hizo un puchero y Gabriel sonrió.Viendo la expresión de felicidad en su rostro, supo que había hecho la elección
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CAPÍTULO 97. El amor de mi vida
Dos días después Gabriel y Reed regresaban de la tienda con el anillo, y el capitán estaba que no cabía en él de la felicidad.—¡Ahora ya sé tu secreto! ¡Tienes que elegirme como tu padrino! —sentenció Reed.—¡De eso nada!—¡Oye, oye! ¿No voy a ser alguien importante en tu boda? —refunfuñó Reed.—Sí, claro, pero te lo tienes que ganar.—¿Y el resto de los tarados no?—El resto de los tarados no está aquí para quedarse con su adorado sobrino mientras yo le pido matrimonio a la mocosa —replicó Gabriel con un gesto sugerente y Reed asintió.—¡Entonces sí! ¡Yo me brindo! ¡Yo me quedo con Jay—Jay! Yo soy el padrino que más quiere, ¡que se jodan todos los demás! —se pavoneó Reed y luego señaló el anillo—. Bueno ¿y qué hay de Marianne? ¿Crees que le gustará?—Sí, creo que sí —aseguró Gabriel, convencido—. Es el anillo correcto para ella.Ya tenía a los niñeros para Jay, así que el capitán solo necesitaba la cena perfecta y el momento perfecto.—¿Y qué tal si cocino yo? —sugirió Gabriel.—¿Tú
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CAPÍTULO 98. No me lo puedes quitar
—Tú y yo tenemos que hablar. Ahora.Gabriel asintió y, sin decir una palabra, siguió a Lucio hasta que salieron del salón, hasta un rincón del corredor donde nadie pudiera escuchar su conversación.Marianne los vio marcharse y sintió un escalofrío, no sabía qué podía ser, pero tenía un mal presentimiento.—¿Qué ocurre? —preguntó Gabriel, frunciendo el ceño apenas se quedó solo con Lucio.—Lo siento, capitán, pero parece que tenemos una visita indeseable —dijo Lucio, y vio cómo las cejas de Gabriel se arrugaban en preocupación—. No te preocupes, no dejé que nadie lo viera, sé que es un asunto muy personal para Marianne, pero tampoco iba a dejar que le arruinaran el día de su boda. Ven.Lucio y Gabriel se dirigieron a la oficina de Lucio. El hombre abrió la puerta y Gabriel respiró profundo al ver el rostro demacrado y ansioso de Hamilt Grey. ¿Y ese hombre cómo se había enterado de la boda?—Te dejo con él...—No —le pidió Gabriel—, es mejor que te quedes, no quiero malos entendidos y p
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CAPÍTULO 99. Fuera del camino de las balas
Después de darse un largo baño juntos, Marianne se puso un camisón blanco y avergonzó a Gabriel acostándolo desnudo frente a ella para empezar a pintarlo lentamente, con detalle, mientras él permanecía inmóvil y concentrado en no reírse, pero fue imposible no hacerlo cuando Marianne sustituyó el lienzo y empezó a pintarlo a él.—¡Oye... oye...! —protestó al sentir las pinceladas sobre su piel.—¿No te gusta? —preguntó Marianne intentando no reírse.—¡Estás pintándome!—¿Y qué? tú me has pintado a mí muchas veces, ¿no?Gabriel respiró hondo tratando de conservar un poco de cordura, pero con ella siempre era imposible. Cada fibra de su piel parecía despertar ante su tacto.—Pero... pero... ¡No es lo mismo!—Oh, claro que es lo mismo—dijo ella soltando una carcajada—. ¡Esto va a ser una obra de arte!Gabriel se mordió los labios y se quedó muy quieto, mientras ella hacía correr ese pincel húmedo por la mitad de su cuerpo más rebelde.—¡Auch! Alguien se emocionó —dijo Marianne mientras se
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