Escuché la puerta de mi cuarto abriéndose. Mi madre entró. Se sentó a mi lado con una suave sonrisa de oreja a oreja, nadie había dicho nada. Rápidamente, sequé la lágrima con mi mano.—No tienes que ser fuerte todo el tiempo —me dijo con su tono de amabilidad—, las personas pueden explotar de vez en cuando.—Si lo hago, me veré cómo un imbécil —ella se río, suspiré viendo al techo—, ¿están decepcionados de mí?No le había querido preguntar a ellos. Por eso quería siempre evitar el tema, porque por más que mis padres me dijeran que no, sabía que quizá en el fondo desearía que fuera un hombre ‘normal’; no la miré. Sólo abrazaba a la almohada que tenía en mi pecho, preparado para saber lo que ella pensaba.Habíamos pasado por mucho como familia. Mamá tenía que cuidarse de los prejuicios que decían sobre mí, aunque con su orgullo siempre nos defendía a capa y a espada. En cambio, a papá, era a la persona que más le había afectado sobre mi declaración. ¿Por qué decepcionarse de uno cuando
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