Me senté en una tumbona y se sentó sobre mí. La calidez de la fogata todavía nos alcanzaba. Escuchábamos perfecto el quebrar de las olas en unas rocas cercanas, también la charla de Aurore y los otros dos, así como lo que ocurría con el resto frente a nosotros.Me entretuve acariciando su pelo.—Aurore se durmió, no quiso jugar conmigo, ¿crees que se lo pedimos a los Dioses demasiado tarde? —me dijo, viéndolos.Casi sentí un nudo en la garganta. Yo había roto corazones muchas veces, a propósito, incluso, y sostener a mi hijo mientras el suyo se rompía por primera vez, me hizo desear que no pasara por eso.—Tal vez. Pero… estoy seguro que lo superarás.—¿Cómo lo sabes? —sus ojos estaban mojándose cuando volteó a verme y me obligué a sonreír.—Todos lo hacemos.—¿También te pasó?—Oh, sí. Tu madre trapeó el piso conmigo más de una vez –El hizo un puchero —Pero te quedaste con ella— volvió a recostarse sobre mí.—Bueno, sí, pero la pasé realmente mal, pasaron años –—Cierto— terminó por
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