CAPÍTULO 14. Dos Ángeles de Rossi
Franco apoyó los codos en las rodillas, entrelazó los dedos y se llevó los pulgares al puente de la nariz. Estaba agotado, pero aquello estaba muy lejos de terminar, y no podía permitir que nada lo afectara.Hacía dos horas que veía a Victoria revolverse en la cama, tratando de dormir, pero lo único que había logrado era esa bruma de sueño en la que llamaba a su hijo inconscientemente. Y cada vez que escuchaba su nombre, a Franco le parecía que le estaban arrancando el corazón.Cuando por fin la tormenta pasó, salió de aquella habitación, solo para encontrarse a Amira de pie en la puerta, vigilante.La mujer vio su rostro cansado y solo se acercó.—¿Qué necesitas? —preguntó muy bajo y Franco apretó los dientes.—Un favor personal, muy personal, que no tiene nada que ver con tu trabajo como mi Ejecutora —murmuró Franco y Amira sonrió.Aquel hombre la había sacado con sus propios brazos de una zanja donde estaba muriéndose. La había curado, le había dado un propósito y aunque ella era s
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