La noche sorprendió a los invitados bailando en la improvisada pista de baile. La música era lenta. Alexander y Katerina habían cumplido con todo el protocolo de la boda y habían partido el pastel, en ese momento se movían con suavidad en la pista de baile. Él sin la chaqueta del esmoquin y sin la corbata de lazo, ella sin sus tacones, en sus pies cargaba sus zapatillas de pijama. ―Creo que llegó la hora de irnos ―le susurró Alexander en su oreja. ―Déjame despedirme de… ―No, amor, los novios se fugan, el equipaje está en la maleta del coche. ―Pero, Alexander, debo darles instrucciones a las niñeras... ―Amor, los niños estarán bien, además, mis tías se quedarán hasta que volvamos de la luna de miel, si pudieron criarnos a nosotros que éramos unos demonios de seguro podrán con nuestros niños. ―Sé que tienes razón, es la costumbre de estar pendiente, pero está bien, será divertido fugarnos. Los chicos también ayudarían, los mayores se ocuparían de los más pequeños. La familia era g
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