NEW YORK—¡No puede ser verdad! Es mentira esa no es mi esposa, es usted un médico de quinta, está firmando su sentencia, lo voy a asesinar con mis propias manos, es un charlatán, ella no puede haber muerte ella no — El dolor que se había incrustado en el corazón de Doménico no lo dejaba razonar en paz, su mente está nublada por la rabia tenía del cuello al médico que estaba desesperado tratando de pedir ayuda con el poco aire que entraba a sus pulmones hasta que los guardias de seguridad entraron. —Señor cálmese, el médico solo hace su trabajo — Las lágrimas en la mirada de Doménico empezaron a llegar por cascadas era su esposa, su amada Lena, su otra mitad, la que lo calmaba, la que lo frenaba de no dar riendas sueltas a sus más bajos instintos, ella era su ángel, para su
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