Megan ingresó a su oficina al día siguiente, seguida por Natasha quien le indagaba por los detalles del viaje a Milán y lo que sucedió entre ella y el socio. —Ya, Megan, suelta la lengua… —cerró la puerta de la oficina con llave—. No puedes dejarme con las dudas de lo que ocurrió entre ustedes. ¡No tomaste el teléfono por casi tres días! Y estoy segura que fue por él. —¡Por Dios, Nat! —tomó asiento en su sillón y encendió el ordenador—. No te detendrás hasta que te lo diga todo, ¿cierto? —Sabes que no, ¡así que desembucha todo! No omitas nada, Megan —se frotó las manos y sonrió como chiquilla. —¿Qué quieres que te diga? Es algo demasiado privado para conversarlo como si fuera que estamos hablando de bolsos o zapatos… —¿Te acostaste de nuevo con él? —lanzó Nat, con la ceja enarcada. Megan dudó, pero luego suspiró y asintió con la cabeza—. ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! —¡Shhh! ¿quieres que todos en la empresa se enteren? —Lo sé, lo
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