Actuó como un autómata: llevó a Denisse a la habitación, se aseguró de que estuviera bien, la dejó dándose un baño… y terminó donde su ser, ese que no lograba controlar, se lo pedía. Al descubrirse a sí mismo frente a la habitación de Blas, se sintió como un tonto, pero no evitó y, a sabiendas de que el otro reconocería su presencia, tocó el madero con los nudillos un par de veces. Su cerebro se desconectó, era la mejor forma de decirlo: la razón que lo guio todo este tiempo se desprendió de él, y solo quedaron sus deseos, sus necesidades. Se sentía tenso, tan llevado a estar aquí, frente a esta puerta, que, a pesar de saber las posibles consecuencias que sus acciones podrían tener, las ignoró. No podía, con Blas nunca podía. «Puedes pasar». Para su sorpresa, escuchó desde el otro lado, seco y medio distante y, sin esperar ni un segundo, abrió la puerta, esperando que no pareciera que lo hacía con prisas. Blaise estaba sentado
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