«𝘌𝘭 𝘢𝘮𝘰𝘳 𝘦𝘴 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘭𝘢 𝘷𝘪𝘳𝘶𝘦𝘭𝘢, 𝘥𝘦𝘫𝘢 𝘩𝘶𝘦𝘭𝘭𝘢𝘴 𝘪𝘯𝘥𝘦𝘭𝘦𝘣𝘭𝘦𝘴». 𝘐𝘴𝘢𝘣𝘦𝘭 𝘈𝘭𝘭𝘦𝘯𝘥𝘦Junio era un horno en Colorado, y a pesar que el ventilador de mi casa daba pelea a esas olas de calor, los treinta y no sé cuántos grados, eran abrasadores. Llegó agosto, me encontraba en mi casa terminando de escribir mi novela negra. Mi mente se dividía en dos partes; una reflexionaba acerca de las visitas que debía hacer, y otra se sumergía en mi vida conveniente y falsa como profesor sustituto. No podía negar que era una agradable vida, y tampoco podía negar lo cómodo que me hacía sentir. Estaba usando pantalones cortos y una camisa hawuayana, cuando el timbre sonó. Fruncí el ceño. Era domingo. Y lo único distintivo de ese día, eran las campanas de la iglesia sonando a horas de la mañana. Tomé la bata que estaba en el sofá, y me dispuse a abrir la puerta, esperando ver a un ávido creyente, in
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