Nunca había estado tan nerviosa en toda mi vida; hoy, por fin, nos casábamos Martín y yo. Es una sensación tan extraña, pero maravillosa. Al fin vamos a tener lo que siempre hemos querido: un hermoso hogar, dos bendiciones que vienen en camino y ahora nos casaremos.—Querida, estás preciosa —le dedicó una sonrisa a Rox.—Gracias, Rox. Nunca te lo había dicho, pero has sido como una mamá para mí. Me brindaste el amor de madre y eso jamás tendré cómo pagarlo.—Oh, mi niña, tú también eres como una hija para mí, igual que Ana. Son mis consentidas porque mis hijos no dejan de sacarme canas —ambas nos reímos hasta que somos interrumpidas por Ana.—Tenían una reunión aquí y no me dijeron, qué malas.—Te ves preciosa. Esa pancita te hace ver hermosa.—Yo me siento todo, menos hermosa.—Qué dices, amor… Estás preciosa —Marcos toma de la cintura a mi amiga, mientras deja un beso en sus labios—. Qué hermosa estás, cuñadita.—¿Qué haces aquí?—Vengo a preguntar cuándo piensas salir, a mi hermano
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