—¿No te parece que esta es la primera vez que disfrutamos de nuestro matrimonio? —Preguntó ella, sin ánimos de removedor viejas herida. El hecho de estar otra vez en New York les traía recuerdos, pero ya no se sintió de esa forma trágica y vacía que le hacía querer llorar. Sintió que su marido la apretó contra sí, tensándose apenas—. Que realmente estamos bien, felices y tranquilos, sin mentiras, sin secretos. —¿Tú crees que todo se arreglará? —Observó el horizonte y vio el sol queriéndose unir con el mar. Tan cerca ya la vez tan lejos. Era verdad que ahora ellos no estaban unidos por mentiras, que al fin estaba todo bien, pero no sabía si ellos lo estarían—. El mar y el cielo parecen unirse, pero nunca están cerca, Julia. Ella asintió, entendiendo por fin el punto de su esposo. —Nuestros hijos… —susurró y ahora sí se sintió preocupada. Alvaro afianzó su agarre, sintiendo el viento salino golpearles
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