Todos los capítulos de Hermanastros: La historia de una mentira: Capítulo 11 - Capítulo 20
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Se lo que haces
 «Ya sé que follas con tu hermano…» Por supuesto, esa era la típica frase de un superior cuando llama a sus trabajadores para reclamarles algo en su despacho. Siempre sucedía. ¡No, maldición! —¿Debo repetirle que no tengo ni idea de lo que me está hablando, licenciado? —Guardó compostura y puso la diplomacia por delante. Maldita sea, que no iba a aceptar por nada del mundo semejante atrocidad… No ahora. No ese momento. ¡Menos frente a su jefe, por todos los cielos! Alex sonrió, con una arrogancia que por un instante efímero le caló la intimidad a Emma. Mierda, que sí era un hombre a mares guapo. ¿Y por qué le causaba tanto asco si quiera pensar en besarlo? «Porque eres mía, Emma. Mi pequeña… »Leer más
Chantajes
Dejó caer su cartera en la mesa del comedor y se secó las lágrimas a palma abierta. Se sentó despacio en la silla y deshizo su cuerpo en un mar de lágrimas. Pero por supuesto que no iba a dejar que Alex la tocara. No, no sin que ella lo consintiera. Pero es que no podía hacer nada; no podía dejar que Saira se enterara de aquello, que Alba, aun sabiéndolo todo, pudiera decirle a Arthur y él, a Enzo. Todo se iba a ir a la mierda y sería su culpa. No podía llamar a sus padres, no podía hablar con nadie, maldita fuera. Agarró el celular e instintivamente marcó el número de su hermano. No pasaron ni siquiera dos timbres y él le contestó. ¡¿Emma?! —Gritó por el auricular. Ella se contuvo en hablar y las lágrimas seguían rodando—. ¡Respóndeme, mal
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Vino y Emma
El desorden llamó su atención inmediatamente. Corrió hasta el velador, con cuidado de no caer entre las velas y el papel, pálida, el champagne derramado y la copa rota en el suelo. Su corazón se aceleró y el pecho le subía y bajaba a un ritmo desesperante. Atinó a evaluar los signos vitales de Alex. Y qué bien que lo hizo, porque estaban desaparecido. —Ay, por Dios… —susurró aterrorizada. La vida prácticamente la había obligado a moverse de ciudad. Después de la preparatoria, después de toda esa mierda, lo único que le quedó fue trabajar como una miserable mesera en un bar de mala muerte, ya veces de otras cosas. De esas cosas que no se dicen en voz alta. Y ahora estaba ahí, sin nada, sin nadie y con una maleta que pesaba menos que un bebé. No tenía nada. No tenía
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Miedo
—Qué asco. —Se secó la saliva con un pedazo de papel. —¿Otra vez? —Lo oyó decir desde la cama. Ella solo atinó a aclararse la garganta, le dolía de tanto vomitar. Otro mareo la invadió y la obligó a doblarse a la taza del baño y vomitar de nuevo. Él se levantó inmediatamente y llegó hasta ella, poniendo la mano sobre el hombro femenino. —Ten agua. —Alba la tomó, agradecida. Su novio la ayudó a levantarse despacio—. ¿Estás bien, Alba? —Mejor. Parece que este fue el último vómito del día —bromeó, sonriendo. Pero Arthur no estaba igual. —Alba, me preocupas mucho —la tomó delicadamente por los hombros, viéndola directamente— hace días
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Una sonrisa
No había podido dormir en toda la noche, o, bueno, lo que había restado de ella. Y cómo hacerlo, si estaba encerrada en una cárcel como un animal, como una vil ratera. Aquella celda era fría. No sabía describir bien los sentimientos que la embargaban en ese momento, pero la mayoría eran malos; tampoco había vuelto a ver a sus amigos, a Alba, a Enzo… Estando sola en esa celda, se puso a meditar acerca de muchísimas cosas, entre esas, lo que iba a hacer con Enzo. Enzo era su hermano mayor y nadie iba a cambiar eso nunca. Ella, Emma Ortega Brown, estaba enamorada de su hermano. Así es, lo acababa de aceptar abiertamente, de forma madura y consciente después de esos cinco años de ausencia, ¡estaba realmente enamorada de su hermano mayor! Y estaba también harta de esa situación. Pensó que al salir de ahí y estabilizarse un poco, sería el
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Odio
—Sí… Claro, señor, por supuesto. —Asintió rápidamente, mirando hacia cualquier lado—. No se preocupe, es un placer. Nos vemos a las siete. —Sonrió—. Adiós. Colgó su celular y suspiró. Siguió anotando un par de cosas en su agenda y la cerró. —¿Qué sucede, amor? —Lo escuchó decir, con un tono relajado —Mañana tengo una entrevista a primera hora para el noticiero local. —Comentó, para nada emocionada. Arthur alzó una ceja, sonriendo. —¿Qué dados? —Sorbió café, mientras se acomodaba en el sofá. Ella exhaló, con los ojos cansados. Tomó un par de pastillas de vitaminas y un vaso con agua. —Ya todo Maria Sanad
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Mentiras
Ya después de todo aquello que Saira le contó, supo que, en definitiva, Emma intentó dormirlo y hacer creer, al día siguiente, que sí se estaba acostado, pero como había bebido, de seguro que no recordaba nada. Sin embargo, se preguntó internamente, ¿hasta cuándo creía ella que iba a funcionar ese truco? —Y tengo que declarar … —repitió, pensando en una verdad acerca de ella—. Sí, yo probé ese somnífero, pero mandé su recipiente por el WC. —¿En qué momento sucedió eso? —Inquirió Saira, ajena a la mentira. —Ya estaba con unas copas encima, prima. Recuerdo que puse unas gotas sin control en la copa y cuando me fui a cambiar al baño, me deshice del frasco. Era muy pequeño, como una ampolla. —Armó su historia y en serio esper
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Crueldad
 No sabía muy bien qué estaba diciendo su ex, pero suponía que se trataba de la estúpida de Alba. Apenas el teléfono del muchacho había sonado, le había pedido disculpas con un ademán, levantándose inmediatamente. Caminó al menos tres metros lejos de ella. Todo pasó en cuestión de segundos. Estaba cabreada porque le iba a costar mucho llevar a cabo su plan. Arthur ya no estaba enamorado de ella, ni siquiera un poco, lo que todavía le jodía más y hacía las cosas más difíciles. Lo conocía bastante para darse cuenta de que ese hombre no sintió más que un asqueroso y ligero sentimiento de agradecimiento por ella. En ningún momento le miró el escote, nunca inapropiadamente. Estaba pendiente de su cara ya veces, solo miraba a cualquier punto, pensando en su novia, suponía. Ella tampoco lo q
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Venganza
No es que no conociera a su jefe ni las cosas atrevidas que solía decirle, pero debería aceptar que estaba perpleja. Lo siento en silencio por unos instantes. Maldito fuera. ¿Quería follársela? ¿En serio todo eso se trataba de sexo? ¿En serio? ¡Estaba tan enfermo y todo eso era solo por sexo! Se sintió asqueada, un escalofrió la recorrió. No supo cómo definir el sentimiento, pero, por un momento efímero, pensó en que, si accedía a acostarse con él, todo eso se acabaría. Automáticamente dejó ir la idea. Emma roló los ojos y decidió seguir tomando la situación a la ligera, como antes de que pasara ese accidente. —¿Cuándo quieres que follemos? No supo si era conveniente volver a usar el mismo truco de fingir que accedía para s
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A pedir de boca
No se dio cuenta en qué momento amaneció, pero cuando abrió los ojos, ya los autos y el movimiento de la gente podía oírse hasta su piso. Suspiró, complacida: jamás había apreciado tanto su cama como en esos momentos y más aún después de haber estado en una cárcel. Nunca había estado en la cárcel. Prendió el celular con mucha pereza y cuando se inició, vio que eran las diez de la mañana. Vaya, hacía muchísimo que no dormía hasta esa hora. Se había levantado con ánimos, con ganas de seguir adelante y tomar las cosas con más calma, pensarlas bien. Dejar todo lo que hacía mal atrás, dejar de llorar y por sobre todo… Asumir que Enzo era su legítimo hermano mayor. -¿Mamá? ¡Emma! —La escuc
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