En el momento en que Nadia entró a la casona, pudo sentir un ambiente limpio y reluciente por todo el lugar, había un olor particular y supo de donde provenía, ya que había varios jarrones de rosas en las mesas que decoraban la sala principal.Aunque Azima y su marido eran campesinos que se dedicaban a los trabajos netamente del campo, habían decorado muy bien su pequeña casa, —y decía pequeña—, porque era una nada comparada con el palacio. Nadia moría por vivir así, retirada de la ciudad, lejos de la clase rica de Angkor, con estas sabanas verdes infinitas y las montañas en su ventana.Ella no pudo evitar estremecerse, y que su piel se erizara cuando sintió algo cálido en su corazón, al encontrarse rodeada de tanta familiaridad.—¡Es nuestra casa! —expresó Amaal delante de ella con una sonrisa, sabiendo que era del agra
Leer más