Estábamos en el templo del señor Miyagui, llovía a cántaros mientras este nos preparaba un poco de té y yo, sentada sobre el suelo, con los pies colgando hacia afuera, miraba hacia la lluvia que caía junto a nosotros, pero estábamos tapados por el techo de aquel lugar, así que no podía mojarnos.Agarró mi mano, mientras apoyaba su cabeza sobre mi hombro, provocando que yo ladease la mía un poco para apoyarla sobre la suya, y cerrase los ojos, escuchando la lluvia caer frente a nosotros. Me sentía en paz en aquel lugar, en aquel momento, con él.El señor Miyagui llegó hasta nosotros, puso la bandeja con los tés sobre la mesa y se marchó de nuevo, sin decir una palabra más, admirando la hermosa estampa que tenía delante, donde aquel que casi había considerado su hijo descansaba tranquilo junto a la mujer que amaba, ella
Leer más