Rosaura. Le abrazaba, con fuerza, con el corazón sobrecogido, aterrada por tener que dejarle, marcharme y abandonarle, escuchando sus lágrimas silenciosas, ese pequeño llanto que había comenzado hacía un rato, y él se empeñaba en ocultar. Me estaba matando estar haciéndole tanto daño. Vas a estar bien – prometí, tras aclararme la garganta, aplacando aquella pena que tenía dentro. Acaricié su espalda, intentando hacerle sentir mejor – eres un hombre bueno, guapísimo… y, además, eres futbolista, seguro que las tienes a todas… - dejé de hablar tan pronto como escondió su cabeza en mi cuello, haciéndome cosquillas con su nariz húmeda. Subí las manos, aferrándome a su nuca y dejé que me zarandease, de un lado a otro, como si aquel abrazo fuese casi un ritual. No quiero que te vayas – contestó, con la voz tomada del sofocón que llevaba encima – así que, si te aprieto así… ¿te fusionarás
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