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Todos los capítulos de La última guerra : Capítulo 21 - Capítulo 23
23 chapters
Capítulo 21
Capítulo 21 Esta noche no hay sueños, ni pesadillas, solo una oscuridad calmada y pacífica, y cuando despierto estoy acostado de lado sobre el hombro de Pol, su brazo pasa por detrás de mi cabeza y reposa en mi espalda. Está tan tibio, y el ambiente frío del lugar lo hace más reconfortante. Paso mi mano por su pecho desnudo, y de nuevo descubro esa línea de vellos que cubre sus pectorales y hace una línea delgada que se pierde en su ombligo, y lo sigo acariciando con suavidad, perdiéndome en cada sensación, en los abdominales bien definidos, y sus enormes piernas enredadas en las mías. De algo tubo que servir toda una vida de entrenar y formarse.—No sabía que te gustaran velludos —me habla al sentir que llevo buen rato acariciándole el pecho. Me encojo de hombros.—Nunca me había puesto a pensar en eso, solo sé que en t
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Capítulo 22
Capítulo 22 Nos toman de una manera más delicada de lo que espero y nos guían al ascensor, esposados, solamente dos guardias entran con nosotros, Rombru no sube. Cuando las puertas se cierran observo a los guardias, tienen tan mala postura que podría derribarlos a los dos yo solo en diez segundos, pero también noto que hay una pequeña cámara de seguridad en una esquina, no lograríamos salir del edificio jamás. Observo a Pol, está calmado y respira profundo.—Lo sospechabas ¿cierto? — le digo —Que él era su hijo o algo sí—Él asiente, el silencio.Mis esposas están un poco ajustadas, y cuando bajamos al piso menos seis, ya tengo los dedos entumecidos.Cuando la puerta se abre nos obligan a avanzar un paso para salir del ascensor y cuando las puertas se cierran nos quedamos en una oscuridad que se extingue al final de
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Última parte: Predestinación Capítulo 23
El eco de nuestros pasos en las calles vacías es, cuando menos, escalofriante. La coleta que hizo Lúa en su cabello cuelga desperdigada por toda su espalda, y en vano intenta ponerla de nuevo en su sitio. Yo, en cambio, tengo los cordones desamarrados, pero ¿Quién tiene tiempo de amarrarlos? Cuando llegamos a la entrada del gran edificio donde vimos al presidente en la mañana, estoy cansado y pegajoso. —Solo tenemos que contarle al presidente lo que sabemos y decirle que no ataque a los civiles de las arcas —me dice, amarrando de nuevo la coleta con la liga elástica. —¿Crees que funcione? —la liga se rompe al fin después de varios intentos, y ella la desecha sin ningún remordimiento, como el que tira una goma de mascar en cualquier basurero; opta por dejar su cabello caer libre y este se le enreda de inmediato en la cara. —No lo sé, pero hay una gran posibilidad, tu solo dile que lo van a matar si no lo hace. Verás cómo colabora. —¿Yo le diré?
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