—¿Qué fue lo que hiciste?—me dolía el pecho, sentía mi cuerpo temblando y unas náuseas horribles. No podía casi hablar, sentía que me faltaba el aire.—Si hubieras ignorado tu maldita curiosidad, no hubiera tenido que decírtelo.—¿Cómo pudiste, Akira?— retrocedí, y quise irme de ahí, pero Akira me sujetó fuertemente el brazo.—Estoy cansado de que solo actúes de esta manera, lisa. Deja de sentir lástima por todos, nadie jamás tuvo lástima de ti.—Eres un monstruo, ¡te odio! —quise golpearlo, pero Akira me aguantó ambas manos.—Akira, detente— Mr. Jefferson intervino.—¿Por qué no le dices a lisa como me entrenaste, padre?—La estás lastimando, suéltala— le pid
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