Todos los capítulos de CRONONAUTAS: UNA AVENTURA EN EL TIEMPO: Capítulo 21 - Capítulo 30
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CAPÍTULO VII LA SOMBRA DEL ÁGUILA NEGRA (II)
Arizona, Estados Unidos de América, año 1890 DC.  Una boda se realizaba en una vieja iglesia rural ubicada en un pueblo fronterizo con México. La localidad era una pequeña excusa de pueblo consistente en edificios viejos y carcomidos, carentes de pintura y cubiertos por capas de polvo. El mejor conservado era la capilla católica cuya punta tenía una oxidada cruz que dibujaba una sombra torcida en el suelo producto de la luz solar. Una sola calle de tierra recorrida por arbustos rodantes conectaba la iglesia con la entrada del pueblo, franqueada por los edificios ruinosos.  Un nutrido grupo de jinetes que provenía del fiero desierto, dibujaron sus siluetas en el horizonte conforme se aproximaban al lugar. Eran diez, encabezados por una figura sombría. El que cabalgaba más al frente era un hombre vestido todo de negro, con una larga gabardina, un sombrero vaquero, botas, guantes y con anteojos oscuros. A su derecha cabalgaba un sujeto extremadamente
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CAPÍTULO VII LA SOMBRA DEL ÁGUILA NEGRA (IV)
Carol Red se adentró en el salón de Swearengen moviendo las puertas plegadizas con mirada sórdida y adentrándose en las penumbras del antro. Tenía sus sentidos alertas y su gabardina por detrás de las fundas de las pistolas. Sus botas resonaban estruendosamente conforme pisaban los viejos tablones.  Un ruido estrepitoso emergió de entre los oscuros pasillos del segundo piso, pero los agudos sentidos de Red lo detectaron y dispararon de inmediato en cuanto percibió la sombra humana y el sonido del casquillo preparándose. Uno de los hombres de McMahon se desplomó malherido y rompió el barandal colapsando sobre el suelo, muerto.  Un nuevo ruido brotó del otro extremo, de la entrada a la cocina. Una figura sombría se materializó allí con sus armas preparadas, pero de nuevo, Red fue más rápida y lo ultimó. Un tercer sujeto emergió detrás de la barra con un rifle que casi le vuela la cabeza a Red quien, por centímetros, esquivó el disparo que destrozó la ventana
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CAPÍTULO VIII EL MISTERIO TEMPLARIO (I)
Francia, Europa, año 1191 DC.  —¡Por favor! ¡Deténganse! ¡No me lastimen más! —suplicaba la voz de Tony Edwards retumbando entre los lóbregos calabozos de la Inquisición. Un lugar sórdido, repleto de ratas y con un aroma pestilente.  La sala de torturas medievales donde se realizaba el interrogatorio tenía una chimenea que se mantenía encendida con vivas llamaradas donde calentaban fierros para quemar la carne, una jaula que colgaba del techo y contenía el esqueleto de alguien que murió de hambre y de sed, una dama de hierro entreabierta con su afiladas púas en el interior, largas cadenas con grilletes que colgaban del techo y otros artefactos de tortura.  Uno de los verdugos movilizaba la ruidosa arandela giratoria cuyo mecanismo provocaba que dos bloques del potro se separaran entre sí. Tony, tenía las muñecas y los tobillos encadenados a los tablones del potro y conforme estos se separaban le estiraban el cuerpo casi dislocá
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CAPÍTULO VIII EL MISTERIO TEMPLARIO (II)
 —¿Seguros que esta es la mejor opción? —preguntó el Dr. Krass— ¿Disfrazarnos de leprosos? Los cuatro crononautas se encontraban deambulando por las concurridas calles del Ducado de Normandía cubiertos por andrajosas capuchas oscuras y con vendas sobre el rostro y las extremidades. —Es la mejor forma de cubrirnos completamente —respondió Saki— y nadie querrá tocarnos o registrarnos, ni siquiera los guardias, porque temerán contagiarse de lepra… quiero decir, de mal de Hansen. Pero no duraron mucho de incógnito, pues pronto fueron perseguidos por los pobladores normandos que les lanzaban piedras y les gritaban. Los crononautas debieron correr entre las lodosas calles normandas del medioevo para evitar ser linchados por la multitud furiosa. —¡Oigan, ustedes! ¡Leprosos! —dijo uno de tres soldados que,
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CAPÍTULO VIII EL MISTERIO TEMPLARIO (III)
 —Alguna vez fui como ellos —les decía Sir Bernard mientras cenaban sobre la larga mesa de adobe en el comedor, sentados en elegantes sillas de madera. Sir Bernard se sentaba a la cabecera, mientras que los hombres crononautas se sentaban a la derecha y las mujeres a la izquierda. Magdalena servía la comida consistente en cerdo asado, verduras y vino servido en copas metálicas, y una torrencial tormenta eléctrica acontecía en el exterior. —Fui un devoto cristiano y me enrolé en las Cruzadas hace unos quince años. Recuerdo que el Inquisidor predicaba en aquella época que no servía de nada combatir a los infieles en Tierra Santa si había infieles en Europa. En el trayecto hacia Tierra Santa los cruzados erradicábamos a todo judío, musulmán o pagano que nos encontráramos. Recuerdo que incursionábamos en los bosques del norte donde todavía habitan pueblo
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CAPÍTULO VIII EL MISTERIO TEMPLARIO (IV)
Hacia cualquier parte que mirara, Saki sólo observaba desierto. Las áridas arenas de un océano amarillo de piedra y polvo resecos. Excepto por los restos óseos de algún tipo de bovino, no había señales de vida, sólo el espantoso astro solar azotando el ambiente con un ardor infernal. Saki nunca imaginó que el calor podía ser tan grande. Sudaba copiosamente y su garganta estaba siempre seca. No importaba que tanto se protegiera del flagelo solar, siempre sentía la piel quemada, como si los rayos ultravioleta atravesaran las gruesas telas de ropa que le cubrían el cuerpo. Hacía tres semanas que habían dejado Acre y se habían internado en el desierto, y ahora estaba convencida de que se extraviaron, por lo que maldecía la hora en que se unió a la expedición. Desesperada, dejó que las últimas gotas remanentes d
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CAPÍTULO VIII EL MISTERIO TEMPLARIO (V)
Constantinopla. —Entonces tenemos un trato —dijo la atractiva emperatriz bizantina a dos sombrías figuras cubiertas de trapos negros de pies a cabeza acompañados por el ronroneo de las fuentes que decoraban los jardines reales del palacio. La emperatriz se encontraba cubierta por un velo gris, que apenas disimulaba sus finos ropajes. Las dos figuras sombrías se inclinaron respetuosamente y se perdieron en las sombras. —¿Negocios… con los musulmanes? —preguntó el emperador Angelo sobresaltando a la mujer mientras emergía de entre los árboles de pino del jardín. —Son hachisinos —explicó— los más expertos sicarios del mundo, de los que nunca nadie se ha salvado. Odian a los musulmanes sunnitas tanto como nosotros. Pertenecen a una secta sangrienta y fanática liderada por un jeque loco que se es
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CAPÍTULO IX CRONONAUTAS DESENCADENADOS (I)
Castillo Frankenstein, Darmstadt, Alemania, 1734. Tony Edwards se encontraba paleando paja en el establo del lujoso castillo germano, ataviado con ropas humildes típicas de un simple paje. Sin embargo, conforme acomodaba la paja con su azadón, también intercambiaba algunas palabras con Prometeo, la computadora de inteligencia artificial cuyo CPU portátil guardaba en el bolsillo de su camisa.—Dr. Edwards ¿Por cuánto tiempo cree que puede pasar su identidad inadvertida?—Creo que indefinidamente. Nadie sospecharía de un joven negro como yo en esta época.—Dippel no es una persona ordinaria, Dr. Edwards.—Lo sé —el sonido de un carruaje aproximándose lo distrajo. Tony dejó su labor y salió del establo. Se limpió las manos y el sudor de la frente y recibió al cochero, abrió la puerta del carr
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CAPÍTULO IX CRONONAUTAS DESENCADENADOS (II)
Hans Kammler era un brillante ingeniero alemán y miembro de la SS. Estaba a cargo de la división de armas experimentales del Tercer Reich y, desde hacía algunos años, trabajaba en el desarrollo de una máquina del tiempo.Si bien había logrado notables avances y el desarrollo de un vehículo con forma acampanada al que llamaban literalmente “Die Glocke” (La Campana) que había logrado algunos rudimentarios saltos en el tiempo, su investigación seguía en pañales y tener acceso a genuinos viajeros en el tiempo le sería de gran utilidad.—Por eso les mentí diciéndoles que proveníamos de épocas diferentes —explicó el Dr. Krass— si supieran que, salvo por Astrid, somos del siglo XXI nos harían preguntas sobre el desarrollo de la inminente guerra, preguntas que podrían cambiar el resultado.—Tiene raz&oac
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CAPÍTULO IX CRONONAUTAS DESENCADENADOS (III)
Groelandia, 1814.El Monstruo de Frankenstein salió de la Esfera furioso y rugiendo, y sacó a Tony de un jalón. Éste sintió el tremendo frío del ambiente y cayó sobre la nieve empezando a temblar y castañear los dientes casi de inmediato.—¿Qué hacemos aquí? ¡Maldición! —bramó furiosa la Criatura y aferró a Tony de las solapas elevándolo varios metros sobre el suelo.Pero Tony no pudo responder por el frío y el miedo, así que lo lanzó lejos.—¡Hey! —gritó una voz que Tony reconoció. Sobre una colina nevada estaba Astrid, toda abrigada de pies a cabeza como una esquimal, sosteniendo un arpón en la mano derecha. —¡Un Jotun! —dijo al observar al monstruo en referencia a los temidos gigantes de hielo de la mitología nórdica.Leer más