Una tarde, llegó un correo de un remitente desconocido. Su contenido radicaba en una única pregunta: ¿Besar o matar? Una curiosa modificación del juego infantil que en aquel entonces, también nos permitía casarnos. Supongo que quien lo escribió no estaba dispuesto a planear una boda. Al comienzo, solo bastaba tomar una decisión para forjar el destino de alguna persona desconocida, alguien que ni siquiera estábamos seguros si existía. Era sencillo y, en un campus universitario, ayudaba a pasar el tiempo. La única regla hasta el momento, era guardar el secreto para quienes desconocían de su existencia. Durante dos semanas, llegó un correo diario sin falta. Tenía una foto y la misma pregunta. Una vez lo respondíamos, todo rastro de él desaparecía del buzón, como si jamá
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