Llego a casa ensangrentado, adolorido, con la nariz rota y el orgullo por el suelo. Mi abogado me ayudó a llegar hasta el auto de mi hermana, la que no dijo nada al verme subir entre quejidos y lágrimas. En cierto momento vi se dirigía a otro lugar, por lo que le pregunté tratando de aguantar el dolor. “- ¿Dónde vamos? -Al hospital, tienen que revisarte esas heridas. -No, no quiero. ¿Qué sentido tiene que me cures si ya no tengo para qué vivir? - ¡No digas eso! Estás sano, no hay motivo alguno para que nos dejes… - suspira, pero no se detiene -. Para José y para mí eres como un padre, tú nos cuidaste cuando mamá se dedicaba a sus andadas con sus novios. Si estamos vivos es por ti, desde niño te las ingeniaste para mantenerte con vida, no pretendas darte por vencido ahora. -Lo que tú digas, pero no quiero ir al hospital. -Al menos deja que te arreglen esa nariz, te ves fatal, pero no es necesario el hospital para eso. Te
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