Capítulo 30
David antes lleno de ternura y algo de culpa, se volvió serio al escucharme decir eso.

—Esmeralda, ¿por qué insistes en hacerte la que no sabe?

—¿Qué debería saber yo pues? Si supiera algo, ¿crees que estaría aquí haciéndote preguntas?

Parecía incapaz de comprender cuánto lo detestaba. Si pudiera evitar decirle siquiera una palabra más, lo haría. Pero esta vez contuve la molestia que me hervía por dentro.

—David, sé que no me crees, pero te lo repito: después de mi caída, olvidé muchas cosas.

Él se rio sarcásticamente.

—¿Te olvidaste justo de todo excepto de lo que te conviene?

Quise explicarle que todo lo que sabía sobre nuestro pasado lo había descubierto investigando, leyendo mis diarios. Pero al ver su actitud, entendí que no importaba lo que dijera; no me creería.

—Muy bien. Digamos que tú y Luna no tienen nada, que ni siquiera podrían estar juntos. Eso no cambia el hecho de que ya no quiero seguir casada contigo.

Ahora, estaba molesto.

—¿Con qué cuentico me vas a salir ahora?

—No
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