“¿Sigues sin querer decir la verdad? Aunque no tengo ni idea de cómo alteraste los resultados de la máquina de pruebas de paternidad, sé con certeza que ni siquiera fuiste tú quien dio a luz a la niña. Mira, como somos ex compañeros de clase, estoy dispuesto a perdonarte si me dices la verdad”, dijo Gerald con frialdad.

Al escuchar eso, Alice inmediatamente se quedó sorprendida, con el miedo reflejado en sus ojos mientras pensaba: ‘¿Cuándo Gerald se volvió tan poderoso...?’.

“Ahora que lo pienso, ¿podrías estar haciendo todo esto porque tienes algún motivo?”, preguntó Gerald.

Como había estado pensando en la profecía de la muerte durante su viaje a casa, no podía evitar ser más cauteloso.

“¡Yo... no tengo ni idea de lo que estás hablando! ¡Suéltame!”, negó Alice.

“¿Todavía te resistes a decir la verdad, eh? ¡Bien, entonces! Trataré a esta niña como si fuera mía y la criaré... ¡Pero te arrojaré al océano para que seas alimento para los peces!”, declaró Gerald mientras la levantaba