158. Desolación

Maximiliano se queda impertérrito. El mismo instante que daba cavidad a su esperanza se quiebra y toda certeza de la que había estado preso se esfuma, así como la llamarada de una hoguera.

El pecho se encoge, el corazón se oculta, su clamor se apaga.

Todo se vuelve oscuro. No ha sido nunca la mirada de la que quiere ser preso. Porque es peor conocer que este mismo hombre frente suyo es quien también tuvo un lugar en el corazón de la mujer que ni siquiera ve.

Maximiliano se siente un idiota. Un completo estúpido.

¿Cómo creyó…?

Quiere irse de inmediato, y no es el tiempo necesario para verificar como es Sean, quien todavía permanece abrazándola con la cabeza recostada en el hueco de su hombro, lo observa detenidamente y lo vuelve a oír.

—¿Qué está haciendo aquí…?

Sean también tiene una expresión incrédula, que no puede pasar por alto y mucho menos sentir que ha sido todo esto causa de tal vez una imprudencia. Es quizás la peor decisión que haya tomado.

Maximiliano lo ati
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