Daisy dejó escapar un bufido de desprecio.—¿Con esas armas piensan intimidarme?Para alguien como ella, que había vivido situaciones mucho peores, aquello no era motivo de miedo. Lo que de verdad la inquietaba era Blanca. Sintió un nudo en el estómago al pensar en su amiga, así que actuó de inmediato: con un movimiento rápido y certero, desarmó al sujeto que la había retado, colocando la metralleta sobre su sien. Luego, con voz firme, advirtió al resto:—Si no quieren morir, lárguense. ¡Ahora mismo!Sin embargo, esa amenaza no pareció afectarlos en lo más mínimo. Especialmente al hombre que Daisy usaba como rehén, quien habló con tono burlón:—Señorita La Torre, ¿por qué no mejor medimos habilidades con las armas? Veamos quién dispara más rápido y con mejor puntería.La provocación heló el corazón de Daisy por un momento, pero ella sabía que, frente a un grupo de desesperados, tenía que ser más implacable aún. Les dedicó una sonrisa desdeñosa:—¿Competir en puntería? Nunca he perdido
Era el mismo hombre de la barba cerrada, ese al que Daisy había dejado inmóvil antes. Era corpulento, de actitud fanfarrona, y ahora se mostraba como si nada hubiera pasado. Cruzado de brazos, se plantó delante de ella.—Señorita La Torre, ¿qué tal si jugamos un juego?Daisy entornó la mirada.—Libera a Blanca y estoy dispuesta a cualquier cosa.—Vaya, es usted muy generosa. Pero la señorita Suárez se queda. Toda función necesita un público, ¿no crees? —comentó él con un matiz retorcido en la sonrisa.Dicho esto, gritó hacia afuera:—¡Adelante, entren todos!Enseguida aparecieron más personas. Daisy reconoció en ellos a los hombres que había neutralizado con sus agujas. Entonces desvió la mirada hacia el barbudo: no era cualquier matón. Había logrado liberarse él mismo y, en poco tiempo, ayudar a los suyos a romper el bloqueo de sus puntos de presión.«Definitivamente, aquí hay mucho dinero de por medio», pensó. Este era su refugio privado, un sitio teóricamente secreto donde nadie deb
La bala salió con un estruendo. Daisy giró la cabeza en una fracción de segundo. Si hubiera reaccionado un instante más tarde, habría sido el fin.Cualquier otra persona, incluso con buenos reflejos, habría caído ante ese disparo. Pero Daisy no era cualquiera.El barbudo no se detuvo: jaló el gatillo por segunda vez, apuntando directo al pecho de Daisy. Ella no tuvo margen para esquivar. Entonces, una fuerza enorme la empujó a un lado, salvándola en el último instante. El que había llegado a tiempo para protegerla no logró evadir el proyectil y recibió el impacto.Solo cuando Daisy se estabilizó y alzó la mirada, se dio cuenta de quién era:—¿Fernando?Sin perder un segundo, Fernando se lanzó contra el hombre barbado con una furia implacable. Daisy, por su parte, aprovechó el momento para liberar a Blanca, aún inconsciente. Por fin sin nada que la atara, Fernando desplegó toda su destreza y, en un abrir y cerrar de ojos, redujo al líder enemigo. No lo mató, sino que se lo entregó a Thi
Necesitaba improvisar un pequeño procedimiento de emergencia.No contaba con analgésicos ni anestésicos, pues solo tenía hierbas destinadas a la cicatrización de Blanca.Cuando le había sacado la bala, Fernando había soportado el dolor en silencio, y esta vez no sería diferente.Había que reconocer que la resistencia de Fernando era admirable: no soltó ni un solo quejido. De no haber sido por el sudor frío que caía de su frente, Daisy habría pensado que no sentía dolor alguno. Reconectó con cuidado el vaso sanguíneo, y, tras ver que el sangrado paró, lo vendó de nuevo.Justo cuando ella se disponía a recoger sus utensilios, el mundo pareció tambalearse. En un segundo, Daisy se encontró atrapada bajo el cuerpo de Fernando.—¿Te cansaste de vivir? —le soltó con frialdad, aunque esta vez no reaccionó de manera tan violenta. Su voz sonaba, eso sí, peligrosa.—Cállate… —fue lo único que él alcanzó a decir.Daisy pensó en darle una lección, pero percibió la debilidad de su voz y notó que Fer
«Jamás besé a Frigg.»Recordaba la vez de hace tres años, que no contaba porque sucedió sin que él siquiera se diera cuenta. Así que, técnicamente, no estaba mintiendo. Pensó que había llegado la hora de decírselo todo a Daisy.—No solo no la toqué nunca —añadió con voz profunda—, sino que mis sentimientos por ella tampoco son…—¡Hermana, hermana! —La voz alterada de Blanca retumbó tras la puerta, cortando en seco lo que Fernando estaba a punto de confesar.En cuanto Daisy oyó a Blanca, soltó a Fernando y salió corriendo.Fernando se quedó ahí, con la expresión contrariada.«¿Por qué siempre nos interrumpen en el momento clave?», se preguntó con el ceño fruncido. De todos modos, sabía que permanecería en esa isla unos días más; ya encontraría otra ocasión para hablar con Daisy.Sin embargo, Daisy no le dio esa oportunidad. Media hora después, ya abordaba el helicóptero que había venido a buscarla.Al ver que Blanca no se movía a pesar de la inminente partida de su hermana, Fernando se
Hizo una seña para que uno de sus hombres se acercara y le susurró algo al oído. El subordinado asintió antes de retirarse con rapidez.***Después de casi dos días de investigación, Enzo por fin dio con algunas pistas que podían ayudar. Entró a la oficina de Daisy y, con expresión seria, colocó un expediente sobre su escritorio.—Jefa, encontré la información sobre esa serie de números.Daisy dejó a un lado su pluma, abrió la carpeta y, al ver «Brigada M» en el reporte, sus ojos mostraron un brillo peligroso.—¿Estás seguro de esto? —preguntó con un tono gélido.—Verifiqué los datos un par de veces. No cabe duda: la Brigada M es una fuerza estatal que no tiene relación con Y —respondió Enzo, igual de sorprendido. Desde el principio también había sospechado de Y. Las evidencias que tenía apuntaban a que no estaba conectado con el asesino que Daisy perseguía desde hacía décadas, pero a él siempre le pareció un hombre demasiado enigmático. Más aún desde que supo que era el hermano gemelo
Abrió una página web, tecleó la dirección y «hackeó» el sitio en unos pocos minutos, a pesar de las múltiples capas de cifrado.El contenido, aunque confidencial, no le resultó de gran ayuda: buscaba pistas sobre el líder de la Brigada y no encontró ni un solo indicio. Daisy no se dio por vencida.Esa noche, al volver a la casa de los De Jesús, revisó la página con lupa de arriba abajo… sin avances. «¿Quién demonios se oculta tras toda esta cortina?» se preguntó con frustración.Intentó otro enfoque, centrándose en la familia Ortega. Si la Brigada M tenía relación con ellos, debía haber algún rastro. Pero sacarle información a Fausto Ortega no era tarea sencilla. Era un hombre de pocas palabras y muy cauto. Llevaban semanas siguiéndolo en secreto y, aparte de su encuentro con Fernando, no tenía contacto con nadie relevante.«Fernando…» Al pensar en él, la mirada de Daisy se tornó oscura. Nadie había podido esclarecer el nexo entre Fernando y Fausto. Pero era obvio que algo había, o Fer
—Vaya, no sabía que tuvieras tanta imaginación. Y… vaya que te sobra la vanidad.Antes de que él replicara, Daisy retiró su mano con un tirón y alzó la palma en señal de «stop».—Si quieres que te cambie el vendaje, cierra el pico.Poniendo fin al intercambio, señaló el sofá que se encontraba en medio de la habitación.—Siéntate ahí.Conociendo el carácter de Daisy en esos momentos, Fernando prefirió obedecer sin chistar y se acomodó en el sofá. Daisy trajo el botiquín y se situó detrás de él para quitarle las vendas y sanear la herida. Cuando vio la infección, frunció el ceño con preocupación.—¿Qué estuviste haciendo estos días? —preguntó con un tono que sonaba más a reproche clínico que a curiosidad personal.Como doctora, era imposible que Daisy no manifestara cierta molestia si veía que un paciente había descuidado así su lesión.—Nada en particular —respondió Fernando, sin voltear. Sin embargo, en un acto reflejo, dirigió la mirada sobre el hombro para contemplar el perfil de Dai