“¿Oh?”.

“¿Me estás amenazando?”.

“¡Aprieta el gatillo si te atreves!”.

“¡Si pestañeo siquiera, lameré tus malditas botas!”, exclamó Harvey.

Los ojos del seguidor se agitaron frenéticamente y un sudor frío le recorrió la espalda.

Nunca imaginó que Harvey fuera tan testarudo.

Sabía exactamente en qué se metería si apretaba el gatillo.

No solo sería maldecido por el pueblo, sino que Longmen y el Palacio Dorado también entrarían en guerra por su culpa.

No importa lo enojado que estuviera, no podía permitirse apretar el gatillo.

“¿Qué? ¡¿No puedes?!”.

“¡Qué cobarde!”.

Harvey apartó al discípulo de un manotazo.

Dio un paso adelante con calma antes de ir tras el resto de los seguidores.

Se oyeron bofetadas por todas partes.

En un solo instante, los arrogantes y dominantes discípulos del Palacio Dorado cayeron al suelo de una bofetada; ni siquiera se atrevieron a decir una sola palabra mientras se cubrían la cara.

Si fuera cualquier otro día, no le tendrían miedo a la identidad