"¡¿Qué están tratando de hacer?!", preguntó George con un tono severo.

"Estos dos no quieren mucho. ¡Por ahora, lo único que quieren es tomar prestadas sus cabezas!".

El Mayordomo Yates sonrió y retrocedió antes de cerrar la puerta.

El Viejo Niner y George Zabel intercambiaron miradas sombrías.

Un segundo después, cada uno agarró una silla y se lanzaron hacia adelante.

No había nada más que hacer. Incluso si intentaran huir, no serviría de nada.

"¡Agh!".

Momentos después, los gritos de dolor volvieron a sonar.

Fuera de la cabina, el Mayordomo Yates cruzó ambas manos detrás de él, con una sonrisa en su rostro.

A pesar de los interminables chillidos del interior de la cabina de karaoke, hubo pocos cambios en su expresión serena.

Por otro lado, los ojos de todos sus subordinados estaban temblando.

Se decía que uno no necesitaba hacer mucho para matar a una persona. Aparentemente, los dos campeones de boxeo no compartían ese sentimiento.

Solo Dios conoce el tormento que Viejo N