SANGRE...
Definitivamente, se había concretado. Me encontraba frente al cadáver. Se trataba de un hombre de 35 años. El cuerpo se localizaba en un corredor entre la sala y los dormitorios. Estaba en posición decúbito dorsal, vestido solamente con una bata de baño, en tela de paño color azul celeste. Su cabeza se encontraba orientada hacia el Norte, sus ojos marrones y su boca se encontraban abiertos, en una mueca de dolor. Los pies del cadáver estaban orientados hacia el Sur; con la pierna derecha extendida y la izquierda semi flexionada; el brazo izquierdo sobre el pecho y la mano respectiva abierta sobre su región infra clavicular derecha mostrando el dorso; mientras su brazo derecho estaba extendido hacia el Oeste, formando una “L” respecto al resto del cuerpo. La mano derecha, casi cerrada, mostraba heridas de defensa como los antebrazos. El nombre del occiso era Iván Segundo Berender Matthos, de nacionalidad venezolano, fecha de nacimiento 27 de octubre de 1985, de estado civil soltero. Registraba un antecedente por el delito de estafa y una solicitud reciente por uno de los delitos contra las buenas costumbres y el buen orden de las familias, específicamente violación. Esta escena mostraba su final.
El sitio de suceso, con su cúmulo de evidencias de interés criminalísticos, entre ellas las sustancias pardo-rojizas, propias de la procedencia hemática, a modo de salpicaduras y de proyección en paredes y muebles señalaban, junto con las heridas de defensa, la violenta lucha. Otras manchas de la misma naturaleza, en caída libre y en solución de continuidad, indicaban los espacios recorridos en su afán de escapar de su agresor; Unas manchas por escurrimiento en dos áreas anteriores, según el tamaño, demostraban las caídas luego de herido y el tiempo en reponerse, así como el desplazamiento del interfecto entre un lugar y otro. Por último se observaba el charco bajo su cuerpo, en el lugar donde se dieron los estertores finales y el deceso.
El cadáver presentaba un total de diecisiete heridas punzo penetrantes entre pecho y espalda, que comprometían, en la parte delantera: las regiones púbica, mesogástrica y abdominal anterior; región hipocóndrica y mamaria derecha; regiones costal y axilar del mismo lado; región cervical y regiones infra clavicular, acrominal, costal, inguinal y epigástrica izquierda. Las otras estaban en las regiones glúteas derecha e izquierda y regiones escapular derecha e izquierda; todas fueron hechas con un cuchillo de cocina de hoja ancha de mediano tamaño, ubicado cerca del pie derecho del cuerpo. Estas y las heridas ocasionadas por el paso de proyectiles disparados por arma de fuego, un total de seis que comprometían las regiones parietal derecho, frontal, orbital, nasal izquierda, mentón y esternal, indicaban la saña, lo personal y el odio puestos de manifiesto, propios de una venganza. El arma incriminada: un revólver Smith & Wesson, modelo M- 10, calibre 38, color negro mate, con las conchas percutidas en su interior, se encontraba en el piso a un metro de la cabeza del occiso.
En cuanto a los testigos presenciales no hubo. Los vecinos escucharon los gritos de auxilio y de dolor, así como los ruidos de los objetos tras la lucha por huir de su agresor y al final los disparos a discreción, a intervalos de tres a cuatro segundos entre cada uno, como señal de que no hubo remordimiento, sino posiblemente breves palabras entre un disparo y otro. Sin embargo, ningún vecino se asomó a mirar y llamaron a la policía minutos después de que todo quedara en calma, como dando tiempo a que el asesino escapara, quizás para que nadie se atravesara en su camino; o tal vez para que no existiera otra víctima adicional al cadáver que yo tenía enfrente de mí, que viéndolo bien, ya había dejado de ser una víctima. Las verdaderas víctimas eran ahora sus padres, su esposa, sus menores hijos y sus hermanos, quienes no tenían económicamente como enfrentar esta desgracia.
A Iván Berender lo conocí por casualidad hace catorce años y lo llegué a apreciar bastante. Hubo un tiempo en que lo llegué a considerar mi hermano de sangre. Pero, después nos alejamos. Quien iba a pensar que iba a terminar así, por haber robado a su socio en la empresa que juntos fundaron; por haberle quitado a su esposa y ya viviendo con esta le violó a su menor hija. Definitivamente era un enfermo Berender. Los vecinos sabían el tipo de persona que era. Lo que no saben los vecinos es que al llegar la policía, todavía voy a estar aquí.
EL ROSTRO Parte IIba caminando a pasos cada vez más lentos. Su mirada buscaba ansiosa en las miradas de la muchedumbre. Los rostros eran escudriñados con detenimiento. En su mente, un monólogo permanente lo incitaba a seguir buscando.Era quizás una obsesión de ubicar entre tantas caras, los rasgos trazados sobre el lienzo de papel por el dibujante Fernando, del Departamento de Planimetría, según lo expresado por la víctima y la casual testigo.Dos retratos hablados que superpuestos afianzaban tantas diferencias como similitudes. Estas últimas convertidas en las cifradas esperanzas del “Investigador Criminal”.Aquel rostro pululaba, un día tras otro, en sueños inconclusos e interminable pesadilla para tres policías; una Fiscal del Ministerio Público en Materia de Menore
“LA MUERTE DEL GOLONDRINO”Su cuerpo rodó fuera de la calzada hasta unos cuantos metros fuera de la carretera, siendo golpeado por el terraplén, el ramaje de los pequeños arbustos y el herbaje de la pendiente. Quedó quieto retenido por lo irregular del terreno.En la penumbra de la noche su cuerpo transpiraba tendido en la intemperie y la tierra se adhería a su piel. No existía el dolor. De pronto se dio cuenta de él. Estaba sentado al lado de su cuerpo, hacia la cabecera y lo observaba con una mirada de tristeza, con el rostro fruncido. Podía percibir el dolor anidado en su pecho, que casi le ahogaba al restringirle el estómago.Se preguntó para sí: ¿Por qué tanta tristeza? No hubo respuesta. Sin embargo, sin saber por qué se sentó a su lado, hacia los pies del cue
“MUERTE EN EL BLOQUE 32”El occiso era un muchacho moreno. Me llamó la atención unas marcas longitudinales en los brazos extendidos a lo largo de sus costados y las manos abiertas con el dorso de estas hacia el piso. Sus piernas también estaban extendidas, abiertas en forma de tijera, haciendo un ángulo de unos treinta grados, entre una y otra. Se encontraba en posición de decúbito ventral, con la cara de plano al suelo del área de la jardinería. Los pequeños guijarros y la tierra estaban incrustadas en su rostro, lo que me hizo pensar que había muerto con la caída.Vestía un pantalón beige en tela de algodón crudo, correa de cuero marrón de unas dos pulgadas de ancho, franela blanca tipo chemise, y medias blancas de las que se usan para hacer deportes. No ten&iacu
“EL HOMICIDA ANDA SUELTO”Érase un negro pringoso y reluciente el investigador del caso; se le veía exhorto en sus pensamientos ante el caso que en esta ocasión se le presentaba. Eran las once de la mañana, pávido ante él se encontraba el señalado por la turbamulta que momentos antes le había apresado y conducido a su presencia. Sólo una mirada por sobre el lienzo de papel que auscultaba, pero ausente el pensamiento, así como del que mira más allá de la distancia. Los demás presentes en el recinto esperaron la interpelación, no obstante no la hubo. Bajó la mirada hasta encallarla en el documento y continuó la lectura. A estas expresiones se hizo un sofocante silencio, embargando a los presentes de incógnitas.José Cardoza, dueño del abasto "La Primera", frente al cual se suscitaron los hechos que convirtieron al barrio en
LOS INFORMANTES TAMBIEN CUENTANIMartes quince. Las horas de ese día, en Nueva Caracas, Catia, habían transcurrido entre la pesadez de la rutina, el calor y el tráfico. Los dos funcionarios chanceaban entre sí para combatir el aburrimiento y mantenerse despabilados en su lento transitar por las calles llenas de transeúntes y poder ver lo que acontecía a las puertas de los establecimientos comerciales del sector. Sabían que no era de su competencia las actividades de patrullaje, pero, en la policía judicial sólo se cumple órdenes superiores y éstos obedecen a las políticas del Gobierno.“Dos rayitas blanquecinas desplazándose vertiginosamente...” decía el detective Sojo a su compañero de tripulación, también negro, quien reía sin perder la
Aquella noche, vestido con un pantalón de jean color beige y una chemise a rayas delgadas beiges, marrones y negras intercaladas y mis zapatos de mocasín, me desplacé en la oscuridad. Sólo que para salir de allí tuve que detenerme en la oscuridad. Me metí el franelón por dentro de la pretina del pantalón e introduje la pistola por la abertura del cuello, dejándola desplazar para que se depositara en mi prenda interior. La acomodé entre mi cintura y piernas lo mejor que pude y avancé escaleras abajo.Caminé indiferente a paso firme pero sin prisa para no alertar que huía, pero tampoco tan lento que pudiera hacer inferir temor a lo que se pudiera avecinar. Concebí en mi mente la idea de que nada había sucedido y nada estaba por suceder y mantuve un sincronismo entre este pensamiento y mi cuerpo, tratando de olvidar los últimos diez minutos transcurridos.
TESTIGOEn la soledad de la aciaga oscuridad, se oprimió un gatillo. La bala cantó su muerte. Entonces vino el silencio. El leve manantial rojo se escurrió despacio entre la sien y la mejilla derecha. El cuerpo finalmente se relajó y la cabeza se inclinó hacia su izquierda. Del orificio en el parietal izquierdo se asomó, tras el breve riachuelo púrpura, algo de color marfil que solamente permitió la caída de una gota y su chasquido sobre el hombro. Sobrevino el frio y una tenue tiniebla que de forma rápida se disipó. Sólo a lo lejos: pasos, voces, ajenos pensamientos, ladridos de perros y el ronronear de un gato de mirada esquiva. Mientras, el cadáver yacía reclinado en el sofá. Ahora yo, con mi carga de culpa, miraba todo sorprendido de lo que había sido capaz. Me restaba esperar a ser descubierta. Entonces daría mi versi&oacut
LAS OTRASEl lugar quedaba ubicado a treinta y dos kilómetros de una populosa ciudad, cuyo acceso se hacía posible mediante de una angosta y serpenteante carretera en pos de las montañas erizadas hacia el cielo, donde a través del camino se espesaba la niebla y la vegetación, dejando vislumbrar en algunos recodos, en la distancia, los brillantes cristales retroproyectando la luz que desde el cielo, el sol le brindaba, destacándose por sobre las sombras de otras construcciones, los blancos edificios con un mágico encanto que hacía sentir la vida en la ciudad, cada vez más lejana.El camino silencioso a medida que se alejaba de la civilización. Ya sólo pocos destellos en la lejanía. Destellos entre claros quedados entre las nubes allá abajo, que se asemejaban a motas de algodón flotantes, sobre una ciudad de un sueño infantil.La ciudad se alejaba, se perd&iacu