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Antes de salir, mientras Salvador se bañaba, Alma sentó la mirada en su teléfono, sintiendo el peso de todo lo que había ocurrido.No podía soportar más la ansiedad que recorría su cuerpo, pero sabía que no podía retrasarlo.Llamó a su padre con manos temblorosas, el sonido del tono de llamada resonando en su mente como un presagio.—¿Papá? —su voz quebrada apenas salió, pero al instante, se armó de coraje—. Tengo que contarte lo que sucedió con Bernardo.Franco escuchó el relato de su hija con una creciente indignación, cada palabra de Alma era como una daga clavándose en su pecho.Su hija, la que siempre había querido proteger, había caído en las garras de un hombre despreciable.Sentía como si todo su mundo estuviera desmoronándose a su alrededor, pero necesitaba mantener la calma, por ella.—Escúchame, Alma —dijo, su voz grave, firme, pero llena de una furia controlada—. No te angusties. Conseguir la custodia de Florecita será fácil. María Ochoa no es una madre capaz de darle el am
Mora, con el rostro desbordado de furia, no pudo evitar la explosión de ira.Levantó la mano con fuerza y la descargó sobre la mejilla de Tina, un golpe que resonó en el aire como un estallido de justicia.—¡No soy una infiel como tú! ¡Deja de meterte en nuestras vidas! —gritó, sus palabras impregnadas de odio, de la rabia que llevaba acumulada desde el primer día que esa mujer había intentado destruir su felicidad.Tina cayó al suelo con un grito ahogado, su rostro enrojecido por la bofetada y su mirada cargada de desprecio. La furia de Mora aún no se apaciguaba, y Darrel, sintiendo la tensión del momento, la sujetó por los hombros, intentando calmarla.—Vamos, mi amor, no vale la pena —le susurró. Él dirigió una mirada helada hacia Tina, su voz cargada de veneno—. ¿Acaso no has hecho suficiente? ¡Lárgate de una vez! ¡Deja de meterte en nuestras vidas! Si sigues molestando, Cristina, te haré pagar por cada segundo que nos has quitado.Tina lo miró, sus ojos llenos de una tristeza pro
En el juicio. Franco se encontraba en la sala, acompañado de su abogado.Desde que las redes sociales comenzaron a inundarse con la versión de María Ochoa, las cosas habían cambiado.Las fundaciones feministas la respaldaban, clamando por una segunda oportunidad para ella como madre, y eso complicaba enormemente la situación.Franco entendía que la figura materna es crucial en la vida de un niño, pero sabía que María no era lo que Flor necesitaba.El despacho Nassin, que se había ganado una excelente reputación a lo largo de los años, comenzaba a desmoronarse bajo el peso de la opinión pública. Los comentarios en las redes sociales, llenos de empatía por María, pesaban como una losa.Aun así, Franco se mantenía firme en su creencia de que Salvador había hecho más por su hermana de lo que María nunca podría.La sala del tribunal pronto quedó en silencio, y el juicio comenzó. Alma observaba a Salvador con el corazón en un puño. Cada latido le dolía al ver el miedo en sus ojos, el dolor
Al salir de la sala de juicio, Salvador sentía que su mundo se desmoronaba.Caminaba con pasos pesados, los ojos enrojecidos por la rabia y el dolor.Franco iba detrás de él, con un semblante tenso y decidido.—¡Vamos a impugnar, Salvador! —exclamó Franco, con voz firme—. Esto no puede quedarse así, esa mujer no tiene derecho.Salvador se detuvo abruptamente y giró para enfrentar a su amigo. Su rostro, marcado por la desesperación, temblaba de indignación.—¿Y mientras tanto? —dijo con un nudo en la garganta—. ¿Qué pasará con mi hermanita? ¡Ella no merece esto, Franco!Franco intentó responder, pero la verdad era cruel: no tenían garantía de nada.—Lucharé para que Flor esté contigo, lo prometo —afirmó, aunque su voz reflejaba la incertidumbre que trataba de esconder.En ese momento, María Ochoa, se acercó con lágrimas en los ojos.—Salvador… hijo, de todas maneras, voy a dejar que veas a Flor. No quiero separarlos completamente —dijo con un tono quebrado.Salvador la miró con un odio
Al día siguienteFranco se levantó con determinación. Llevaba días recopilando pruebas contra María Ochoa, y finalmente tenía todo lo necesario.Se dirigió a la comisaría con los documentos en mano, dispuesto a presentar una demanda formal. Cada paso que daba resonaba en su mente como un eco de justicia que no podía ser ignorado.Al llegar, habló con varios conocidos en el departamento de servicios infantiles y la policía, buscando apoyo para asegurar que la pequeña Flor regresara a un entorno seguro.Mientras tanto, en casa de Salvador, Alma intentaba mantener la calma. Había preparado un desayuno especial: panqueques dulces, huevos revueltos y fruta fresca.El aroma llenaba la cocina, buscando reconfortar los corazones destrozados de Salvador y Flor.—¡Mami Alma, me encanta esta comida! —exclamó Florecita, con una sonrisa que iluminaba el ambiente.Salvador sonrió débilmente, tratando de ocultar su angustia mientras mordía un trozo de panqueque.De pronto, un golpe en la puerta rompi
Alma salió de esa casa con el corazón hecho pedazos, cada paso que daba parecía alejarla más de cualquier esperanza.Subió al taxi sin mirar atrás, con los ojos empañados por las lágrimas que caían sin cesar.El dolor era tan profundo que apenas pudo articular la dirección a donde debía ir, su mente nublada por la tormenta de emociones que la invadían.En cuanto se sentó en el asiento del taxi, sacó su teléfono con manos temblorosas y marcó el número de Mora.Sabía que necesitaba hablar con ella, necesitaba que alguien entendiera lo que estaba viviendo, aunque ni ella misma pudiera comprenderlo.—Mora... —dijo, su voz quebrada, cargada de angustia y desesperación—. Te necesito... te necesito tanto. No sé qué hacer.Al otro lado de la línea, Mora respondió rápidamente, notando el tono roto de su amiga. Algo estaba terriblemente mal.—¡Alma, por favor! Tienes que volver a casa, no cometas una locura. ¿Qué estás pensando?Alma sollozó, luchando por calmarse, pero las palabras salían atrop
—¡Salvador! ¡Es por el bien de Florecita! —Alma gritó, con la voz quebrada por la desesperación—. Si no me quedo con Bernardo, él hará que tu madre no desista de quedarse con la custodia de Florecita. No quiero que ella sufra por mi culpa… No quiero que crezca lejos de ti, con una madre malvada, sin amor, por mi error —dijo entre sollozos, su cuerpo temblando, atrapado entre la culpa y el miedo.Salvador, con el rostro retorcido por la ira, negó con violencia.Su pecho subía y bajaba con fuerza, como si luchara por calmar la tormenta que le invadía.—¡Alma, basta de estupideces! —gritó Bernardo, su voz llena de frustración y dolor—. ¿De verdad crees que eso va a salvarla? Deja a este imbécil. ¿O prefieres que lo peor los arruine? ¿Quieres que esa niña sufra?Salvador miró a ese hombre con rabia, dio un paso hacia ella, empujándola ligeramente hacia atrás, poniéndola detrás de él como un escudo protector.Su mirada fulminó a Bernardo, lleno de odio, una furia que ardía en su pecho.—¡Al
Mora llegó al edificio con el corazón en un puño. El miedo la consumía, y una furia ciega llenaba su ser.Alma, no respondía a las llamadas, ni ella ni Salvador.Había algo en el aire que le decía que algo no estaba bien. No podía esperar más; tenía que ir ella misma a buscarla. No permitiría que Bernardo siguiera atormentando a Alma, ni a su familia. Nadie tenía derecho a hacerles tanto daño.Llegó al edificio. Pronto, fue hasta el departamento y llamó a la puerta, pronto la puerta se abrió de golpe, y Mora se encontró frente a Bernardo, ese hombre al que antes consideró un amigo, ahora le resultaba un extraño que ya no conocía.Su rostro mostraba una sonrisa calculadora, como si ya supiera lo que Mora iba a decir.—Mora, pasa. —Su voz sonaba tan falsa como siempre.Ella lo miró con gran rabia, sin mover un músculo. Sentía cómo su cuerpo vibraba de ira, pero su voz salió firme, decidida.—No. ¡Deja en paz a Alma! ¡Deja en paz a mi familia! Eres un hombre cruel, Bernardo, y da tristeza