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Darrel la sostuvo firmemente en sus brazos, sintiendo cómo el peso de su cuerpo inerte lo hundía más de lo que nunca habría imaginado.Cada segundo que Mora permanecía inconsciente era una puñalada que perforaba la coraza de indiferencia que había construido alrededor de sí mismo.Con cuidado, apartó un mechón de cabello de su rostro pálido, mientras la urgencia latía con fuerza en su pecho.Por un momento, el hombre que siempre había sido frío, distante y calculador se desmoronó. Ante sus ojos no estaba la Mora fuerte y decidida que lo desafiaba con su carácter, sino una mujer frágil.—Mora… abre los ojos, por favor —susurró, casi rogando, mientras sus dedos temblaban al acariciar su mejilla helada.Su desesperación crecía con cada segundo de silencio. No podía quedarse ahí, esperando a que algo cambiara.Al llegar, la acomodó en la cama.—Mora, por favor… despierta.Su mirada se deslizó hacia su rostro.Sus dedos trazaron una caricia en su mejilla, y antes de que pudiera detenerse, s
—¡Es cierto! Pero, Darrel, nunca te amará, Mora. —Las palabras de Tina resonaron en el aire como un cuchillo afilado, su tono cargado de amargura y desesperación. Se giró y, sin mirar atrás, se alejó, dejándolos solos. El silencio que siguió fue pesado, casi insoportable.Dylan miró a Mora con una mezcla de preocupación y tristeza, su rostro arrugado por los años de vida, pero ahora marcado por la angustia de la situación.—Dime la verdad, hija —su voz era grave, casi un susurro.Mora, incapaz de sostener su mirada, bajó la cabeza. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, calientes y amargas.—Yo… —su voz temblaba, rota por la emoción—, Tina fue infiel. Tengo pruebas… Luego, cuando se enfermó, intentó usar su vulnerabilidad, su enfermedad, para manipular a Darrel. Trató de hacerle creer que la compasión lo obligaba a casarse con ella… Yo no podía permitir que eso pasara, no podía dejar que él se quedara con ella. Por eso, cuando supe que ella necesitaba una donación, acep
Darrel se asomó a la ventana. Observó el vacío de la noche con el ceño fruncido, asegurándose de que Tina se había marchado.Su mirada, perdida y oscura, se desvió hacia la mesa.Se sirvió un trago generoso y lo bebió de un golpe, esperando que el ardor en su garganta apagara el fuego de su mente.Vestido con un impecable esmoquin, Darrel lucía tan elegante como descompuesto.Se sentía perdido, atrapado entre las sombras de sus propios deseos y remordimientos. Amaba a Tina, o eso se había dicho tantas veces que ya no sabía si era verdad. Pero ella lo había traicionado.Y luego estaba Mora… Mora, quien lo miraba como si él fuera el centro de su universo, quien siempre había estado ahí para él, como confidente, como refugio.¿Cómo podía devolverle ese amor? No creía ser capaz de amarla como ella deseaba.Y, aun así, sus besos habían despertado algo en él que le hacía sentirse culpable, un deseo que no podía ignorar.En la habitación contigua, Mora lloraba desconsolada al borde de la cama
Un año después.Mora estaba frente al espejo, peinando su largo cabello con lentitud, quería lucir hermosa para Darrel. No era un día cualquiera. Era un día especial, un día que había esperado con tanto anhelo: su primer aniversario de bodas.A pesar de la ocasión, la alegría que debía llenar su pecho se había convertido en una pesada carga que aplastaba su corazón.Miró su anillo, el símbolo de su promesa. Lo giró entre sus dedos, observando el brillo frío de la joya mientras pensaba:«¿Por qué no he logrado enamorarte, Darrel? ¿Debería dejarte ir?». Esa pregunta la había atormentado durante meses, y aunque trataba de ignorarla, siempre regresaba, como una sombra que se interponía en su felicidad.Se aplicó el labial, con la misma precisión que siempre, y roció su perfume favorito. Era el mismo ritual de siempre antes de preparar la cena para él.Pero hoy, el gesto que normalmente la reconfortaba, no hacía más que recordarle lo vacía que se sentía.Algo dentro de ella sabía que este
Darrel volvió a la mesa con ese hombre, su rostro endurecido como una roca. Se sentó frente a él, tomó el vaso de vino con manos que apenas temblaban, y dio un sorbo. El líquido rojo resbaló por su garganta como si intentara borrar las palabras que acababa de escuchar.—Se lo dije y se lo repito, señor, mi esposa Mora y yo, no estamos interesados en nada de lo que el señor Máximo Aragón quiera de nosotros.El hombre al frente lo miró con ojos fríos y calculadores, como si estuviera evaluando cada palabra que Darrel pronunciaba.—Señor Aragón, piénselo, el señor Máximo está gravemente enfermo, tal vez en sus últimos tiempos de vida. Tiene un patrimonio económico considerable y desea legarlo a quienes considera sus únicos nietos, usted y la señora Mora Aragón.Intentó reconciliarse con su hijo Dylan, pero eso no fue posible.Darrel asintió con una indiferencia tan palpable que casi podría tocarse.—Estoy consciente del daño que Máximo le hizo a mi padre, y mi respuesta es no. No quiero t
Darrel tenía la mirada perdida. El silencio de la habitación se hacía más pesado con cada minuto que pasaba, pero Mora no regresaba. Las horas parecían haberse detenido en un abismo interminable. Su mente revoloteaba entre recuerdos difusos y un nudo de preocupación que apretaba su pecho sin piedad. Entonces, el sonido estridente de su teléfono rompió la tensión. Miró la pantalla: era su padre.—Hola, papá… —respondía, intentando sonar calmado, pero su voz salió temblorosa.—¡¿Dónde demonios estás?! ¿Por qué no estás con tu esposa? ¡Mora sufrió un accidente! No estás con ella en el hospital —la voz de Dylan resonó como un gruñido furioso, lleno de reproche.—¡¿Qué has dicho?! ¡¿Dónde está Mora?! —preguntó Darrel, con el corazón acelerado como un tambor.Cuando su padre le dio el nombre del hospital, no lo pensó dos veces.Salió corriendo de casa, su mente en blanco, el miedo arrastrándolo como un torrente.***El camino al hospital fue un caos. Manejó durante diez minutos que se sintie
Darrel salió del hospital, el viento frío golpeó su rostro, pero el entumecimiento que sentía no tenía nada que ver con el clima. Las palabras de Mora resonaban como un eco cruel en su mente: "Ya no te amo". Esa frase lo había destrozado. Caminó sin rumbo, incapaz de aceptar lo que acababa de suceder.—¡Eso es mentira! —exclamó en voz baja, como si sus palabras pudieran desafiar la realidad—. Ella me ama. Siempre me ha amado. Debe ser por lo idiota que me comporté... —murmuró, intentando justificar lo injustificable.Miró el cielo, ahora cubierto de nubes grises, y se sintió perdido. Mora era su hogar, su refugio, su razón de ser. No podía dejar que todo terminara así. Decidió regresar al hospital; necesitaba verla, necesitaba escucharla, decir algo, cualquier cosa, que le diera esperanza.***Cuando Mora abrió los ojos, la figura de Bernardo frente a su cama la sobresaltó.—¡¿Qué haces aquí?! —preguntó, alarmada.Bernardo sonrió, su porte confiado la intimidó.—Estoy aquí por ti, Mora
Al día siguienteCuando Mora despertó, lo primero que sintió fue una cálida mano rozando su mejilla.Abrió los ojos con lentitud y se encontró con Darrel mirándola, la preocupación era evidente en sus facciones cansadas.—Ya no tienes fiebre —dijo en voz baja, como si su alivio estuviera teñido de ternura.El contacto y sus palabras hicieron que Mora reaccionara de inmediato.Apartó su mano de un manotazo con una frialdad cortante, casi como si la hubiera quemado.—No me toques —espetó con un gesto de desdén tan intenso que sorprendió a Darrel.Él retrocedió ligeramente, atónito.—Mora, ¿por qué actúas así? —preguntó, intentando comprender aquel giro inesperado en su actitud.Mora le lanzó una mirada fría, pero en su interior luchaba por contener las emociones que la carcomían.—¿Y cómo quieres que actúe? —respondió con un sarcasmo venenoso—. Ah, claro, seguro esperas que me muestre agradecida y tierna, ¿no? Que me derrita por un simple acto de bondad. Pues lo siento, Darrel. No soy ya