El hombre miró a la mujer a su lado, mientras tenía abierta la puerta, iba a contestar cuando se asomó Daniel.
—Es nuevo, hoy por la mañana entró a mi equipo A. —Carolina asintió, miró por última vez al hombre, notó que tenía un atractivo, una barba de candado perfectamente perfilada, morenazo, pareciera modelo, pero antes de subir, se detuvo.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Carolina.
Él giró su rostro a aquella mujer demasiado curiosa.
—Aragón, Alejandro Aragón, señora García. —Carolina entró al auto, Daniel negó.
—¿Por qué tanta curiosidad? —Carolina tenía que estarse recordando que Perla no estaba al tanto de la verdadera situación, así qué no podía ser coqueta ni mostrarse de otra manera ante ella.
—Pensé que era alguien que conocía de la carrera, pero no, el ti
La casa que Anna Carolina había regalado a los novios, era impresionante, estaba frente a una playa privada, de miles de metros cuadrados, tres pisos, siendo que el tercero, era una impresionante terraza con barandal de cristal, una segunda alberca que dejaba caer su agua a la alberca principal en forma de cascada. Carolina estaba impresionada con el lujo de la casa, la vista era perfecta desde ahí dónde estaba de pie, se giró a Daniel. —¿Es nuestra? —preguntó atónita. Daniel miró alrededor con cara sorpresa, se encontró con la mirada de su ahora esposa de negocios, se llevó ambas manos a los bolsillos de su pantalón. —¿Te gusta? —sonrió, apareció Perla desde la alberca principal. —¿Vieron la cascada que cae desde la tercera planta? —el tono que empleó Perla, era de una sorpresa autentica. Carolina sonrió.  
Carolina abrió la puerta del baño de la habitación, tenía una toalla envuelta a su cuerpo, otra en su cabeza, se pasó las manos por sus brazos para seguir desparramando crema en su piel, se sentó en la orilla de la cama, miró el reloj en la pared frente a ella, eran las cinco de la tarde, había dormido casi parte de la mañana y tarde, realmente estaba cansada, la tensión de la boda, esa noche de su despedida de soltera, luego el estrés que conllevó el siguiente día, ahora, lo único que quería era irse a rumbear a un antro con Perla. La puerta se abrió y apareció un Daniel despreocupado, tenía un short a centímetros de las rodillas, este tenía figuras de palmas, en su mano tenía un plátano, alcanzó el control de la televisión, se subió a la cama y se dejó caer, haciendo que Carolina se moviera de un lado a otro, ella le lanzó una mirada de “¿No te puedes tirar más bruscamente?” regresó la mirada hacia enfrente, la pantalla estaba debajo del reloj
En el camino decidieron ir a conocer lugares y luego a cenar algo, para evitar que el alcohol se les subiera rápido, no quería pasar lo de la despedida de soltera. Daniel esperó en su lugar sentado mirando desde la mitad de la ventanilla del auto blindado, habían avisado que estaban por llegar el auto de Carolina, algo, algo dentro de él, había emergido, como si hubiese estado escondido en algún lugar muy pero muy profundo de sí mismo, se repitió a si mismo que ella podía cuidarse sola, tenía el mejor equipo de seguridad, nadie sabía que estaban en Cabo San Lucas, nadie sabía de la casa, excepto sus padres y la suegra. Sonrió al recordar a Anna Carolina, era idéntica a su hija, solo que los años estaban sobre ella. —Llegaron, señor García. —anunció uno del equipo de seguridad. —Gracias—Daniel miró detenerse el auto, miró su reloj y marcaba las diez de la noche, al levantar
Carolina caminó al interior del último privado de la tercera planta del edificio, se escuchó la música a lo lejos, el hombre, llamado Ángel Barrera, le entregó una cerveza bien fría, ella desconfió, pero estaba cerrada, así qué la abrió, tuvo dificultad con su uña larga, pero pudo. —¿Y tú amigo? —preguntó Carolina, luego dio un largo sorbo a su bote, sintió el líquido helado deslizarse por su garganta. —Que rico—dijo en un tono bajo, realmente estaba deliciosa, Ángel le señaló que se sentara en la terraza, había dos bancos altos y una mesa periquera, cada uno se sentó y Ángel le sonrió seductoramente. —Fue a buscar a tu amiga, por cierto, no te había visto antes...—dio un largo trago a su bote de cerveza, luego contempló a la mujer más sexy que había conocido. —Estoy de pasada—le sonrió educadamente, miró hacia la entrada, pero no veía señales de Perla. El hombre se bajó de
— ¿Estás bien? ¿Estás herida? —ella negó. —Estoy bien…—dijo jadeando de la adrenalina, guardó su pistola en la bolsa. Daniel miro a Perla. —Sácala de aquí, está mi escolta afuera del privado. —Perla asintió, y se llevó a Carolina, ella no dejó de mirar al hombre ensangrentado en brazos de Juan, ella intentó detenerse, pero su amiga no la dejó. —Tenemos que irnos—antes de que la puerta se cerrara, vio a Daniel remangarse la tela de su camisa, mientras miraba al hombre. Carolina y Perla se bajaron del auto blindado de Daniel, la escolta de él estaba con ellas dos, mientras la de ella, con él. Su amiga le ayudó a bajar del auto, entraron a la casa. — ¿Quieres agua? ¿Quieres algo? Dime que necesitas...—dijo Perla preocupada. Carolina negó.
—Mi reporte lo tendrás el día que regrese con Carolina a Phoenix, mientras no. Aún no consigo lo que me pides. —Perla colgó, estaba irritada, molesta, odiaba que le pusieran tiempo para cumplir un objetivo, dos años involucrada en esto, creen que son enchiladas. Se dejó caer en la orilla de la cama, se retiró su vestido de lentejuelas, se quitó la funda del arma y su placa de policía que tenía adherida en su muslo, quedó en ropa interior, luego caminó al baño cuando tocaron su puerta, ella arrugó su ceño, alcanzó con que cubrirse y su arma, se acercó a la puerta, la mano la puso detrás de ella. —¿Perla? —soltó el aire que retuvo sin darse cuenta, abrió un poco la puerta para asomar su rostro hacia afuera. —¿Qué chingados quieres, Alejandro? ¿No sabes qué pueden descubrir tu identidad? —Alejandro sonrió a la reacción de su colega. —¿Qué te causa risa, pendejo? —El jefe... —e
—¿Te encuentras bien? —susurró Daniel contra la piel del cuello de Carolina, aspiró su aroma de nuevo, ella levantó sus brazos por encima de su cabeza, atrapando con sus dedos el respaldo de herrería, levantó su pelvis para rozar con él, quien sonrió, los pechos de ella se movieron y entró en contacto con la piel de él. —Eres una golosa… —Quiero más…—dijo ella en respuesta, Daniel levantó su rostro para mirarla. —¿Más? Me has estado exprimiendo desde hace cinco horas—miró hacia la ventana—No tarda en amanecer…y muero de hambre. —Daniel regresó a besar el cuello de ella, dejando varios besos en su camino a la clavícula, luego entre sus dos pechos, ella jadeó, la excitación creció de nuevo, los labios de él llegaron a su abdomen, pero se detuvo cuando escuchó un ruido, ella abrió sus ojos y levantó su rostro para mirarlo. —¿Eso fue tu estómago? —Carolina soltó una risa. —Sí,
—¿Más fruta, señora García? —la mujer del servicio le ofreció a Carolina, ella asintió tomando el plato y sirviéndose a sí misma, le agradeció a la mujer por su amabilidad. Se llevó un trozo grande de sandía a su boca, Daniel la miró comer con gran apetito y, sonrió. —¿Quieres hacer algo hoy? —preguntó antes de dar un sorbo a su taza de café bien cargado, ella hizo un gesto de estar pensando, pero luego negó, terminó de comer, se limpió los labios y lo miró. —¿Por qué en lugar de salir, mejor usamos la alberca de la tercera planta? —se llevó su tenedor vacío y lo lamió, ese gesto hizo que Daniel tuviera una gran erección contra el pantalón de su pijama, sonrió pícaramente. —Digo, nunca, nunca, nunca…lo he hecho en una alberca…—Daniel soltó una risa y negó de manera divertida. —¡Oh, Dios mío! —exclamó Daniel, luego se inclinó hacia a ella y susurró—He creado una ninfómana…—C