Capítulo 5

Desde que fui obligada a salir de mi zona de confort y abandonar mi hogar en Rusia, se me hace difícil confiar en los demás. Estoy empezando a creer que estoy paranoica porque desconfió hasta de mi propia sombra. No recordar mi infancia me ha traído muchos inconvenientes. No recuerdo a mi familia, solo he visto a mis padres por fotos y he escuchado su voz en las pocas llamadas que me hacen en navidad. No sé si tengo abuelos, primos, hermanas o hermanos. Pregunté muchas veces sobre mi pasado, pero mi tío Stefano se negaba rotundamente a decirme algo sobre mí. 

Cariño, será doloroso para ti, ya que no recuerdas nada. Evitemos el tema y deja el pasado en donde está, es lo mejor para todos.

Esas palabras las repitió una y mil veces mientras intentaba descubrir quién era yo. Un día solo pretendí que dejó de importarme y continúe con mi vida. El problema para mí es dormir. Al principio veía a un psicólogo amigo de la familia, me trataba como rata de laboratorio y sus conclusiones eran las mismas.

Cuándo crezcas olvidarás todo. Toma estas pastillas para dormir y las pesadillas no volverán a ti. Estás joven, todos le temen a la oscuridad y a lo desconocido. Natasha, no eres la excepción.

No, no soy la excepción, pero las pesadillas vienen cuando el sueño me escasea, cuando se acerca mi cumpleaños, o, cuando simplemente mi cerebro quiere que intente recordar quién era. Decidí ser médico por una promesa que le hice a Sasha. 

El problema es que no sé quién es Sasha y mi memoria solo me muestra a un joven rubio de unos 13 o 14 años muy malherido. 

¿Mi amigo? ¿Mi primo? ¿Mi hermano? No lo sé... Solo sé que su recuerdo vive en mí, me causa nostalgia, dolor en mi pecho y es la única persona a quien puedo confiarle mi vida sin conocerlo.

Eso, viniendo de mí, es una locura total. Teniendo en cuenta que soy una persona de pocos amigos, el trabajo prácticamente me lo impide y no me animo mucho a buscar unos nuevos. Soy del tipo de persona solitaria, no me gusta compartir con otros por miedo a salir herida. Danielle y Jay son los únicos amigos que tengo en California. Ninguno me ha fallado o lastimado. Confío en ellos lo suficiente para que su etiqueta de amigos, le quede a la altura.

A Jay lo conocí cuando vino aquí por un trabajo de medio tiempo. Estábamos en la misma secundaria, pero eso lo descubrí algunos meses después. No nos hablábamos al principio, él era un chico bastante problemático en aquel entonces. Recuerdo que después de empezar tercero de secundaria, compartimos clase de biología por dos años. Empezamos a socializar más hasta el punto de empezar a salir y creo que enamorarnos.

Bueno, él era quien más hablaba del amor que sentía por mí.

Al principio me sorprendí lo rápido que se ganó mi cariño y confianza, no creo haberlo amado como se lo merecía, pero no me arrepiento de haber salido con él. Mis recuerdos con Jay son los mejores. Simplemente era y es un chico especial en mi vida. Agradezco que a pesar de haber terminado y que los años han pasado, seguimos siendo grandes amigos. Es un excelente ser humano y artista. Busca inspiración en el restaurant y hace bellezas en sus cuadros. Solo espero que algún día alguien note su talento y le permita mostrarlo más a menudo en una galería de arte.

Creo que mi mayor defecto es que siempre he desconfiado de todos y de todo. No me siento cómoda con mucha gente aunque logre interactuar con ellos. Me he creado una muralla para no salir lastimada, me da terror que alguien me traicione o logre hacer algo en mi contra. No sé por qué soy así, o mejor dicho, no lo recuerdo. Por eso siempre he pedido honestidad. Odio las mentiras de sobremanera, me dan asco. De mi mente jamás se esfumó el orgullo ruso. Soy honesta, leal a quien es leal conmigo y sobre todo, me entrego en cuerpo y alma cuando de amistad se trata. No tengo términos medios con nadie.

Por eso la falsedad, la hipocresía, los falsos amigos y amores, para mí, en el momento que lo descubro, los descarto. Me arranco el corazón y desde ese preciso momento conoces a la persona más fría y apática del mundo.

«Estoy paranoica. Se suponía que ya no volvería a pensar así. Quiera o no, debo regresar al psicólogo», pensé, indignada. 

Pero entiéndanme un minuto. Si ves a cuatro sujetos con pinta de pandilleros, ¿no reaccionarías así? Además, esos cuatro chicos al entrar en el restaurant, hicieron que una alarma en mí se encendiera. Algo me dice que ellos son peligrosos, que algo traman o están ocultando.

Mi instinto o intuición rusa, nunca me ha fallado. Continuamente estoy en alerta a cualquier cosa que ellos hagan.

«Tanto misterio asusta y sinceramente, tampoco han hecho absolutamente nada» suspiré, ante mis locos pensamientos.

—Masha —la voz de Nate, me sobresalta, él sonríe haciendo que sus ojos se achinen—, lo siento no quería asustarte —dice, caminando hacia mí. 

Como una tonta que no hace más que pensar demasiado las cosas, doy unos pasos hacia atrás, haciendo que el ambiente se empiece a tornar... incómodo.

—Está bien... mmm... ¿para qué me necesitas? —su sonrisa se borra por completo, volviendo a estar muy serio—. ¿Nathan, todo está bien?

Suspirando niega con la cabeza y vuelve a hablar.

—No sé que te gusta de comer así que pedí comida china —sonrío en modo de agradecimiento—. ¿Tienes algo de beber? —pregunta, serio, seco y puedo decir que hasta molesto.

—Sí, en la nevera debe haber algunas latas de cervezas —lo miro a los ojos—. Danielle las trajo para celebrar. No deben estar muy frías porque no tienen mucho de que las metí ahí.

—Bueno —respondió, para luego dirigirse a la cocina. 

Sé que estoy actuando mal, pero no sé si es bueno confiar en él, o en alguno de ellos. No se han portado mal, lo sé. Soy un ser humano y me siento terrible cuando actúo de esta manera con alguien que intenta acercarse a mí. Sé perfectamente que Danielle les está agarrando cariño a todos y es normal que la gente hable, pero me resulta demasiado difícil para mí. 

Este es mi peor defecto y de verdad odio ser así. Debería darles una oportunidad para que se muestren como son. Debería de poner de mi parte para intentar ser más amigable y menos paranoica.

—Tal vez deberías ser normal y dejar de juzgar a la gente por tus problemas y traumas infantiles —comenta, mi amada conciencia. 

Camino hacia la sala cansada de tanto pensar, me siento en el suelo y apoyo mi espalda en el sofá. Dejo mi celular en la mesita del café que tengo enfrente y suspiro mirando a la nada.

—Estoy demasiado nerviosa, demasiado asustada y no paro de pensar en cosas innecesarias. De verdad necesito dejar de hacer esto. No es bueno para mi salud mental —murmuro por lo bajo.

Escucho unos pasos que venían hacia mí, giro un poco mi cabeza y veo a Nate, caminando hacia donde estaba yo. Colocó las latas de cervezas en la mesita de café a una distancia prudencial de mi celular. Me ve a los ojos y por unos segundos y dudó antes de hablar.

—¿Te puedo hacer compañía o está ocupado por otra persona? —señala el espacio vacío que está a mi lado. 

Me río.

—No hay nadie más —respondo, él asiente y en total silencio, se sienta a mi lado estirando sus piernas. 

Su presencia es intimidante. Todo en él es de esa manera. Él desprende un olor a peligro, a adrenalina, a misterio y por más loco que suene, huele a lealtad, a libertad, a tantas cosas que no logro descifrar.

Silencio.

Silencio.

Silencio...

¡Esto es demasiado incómodo! ¿Por qué a mí? ¿Por qué simplemente no puedo hablar normal?

—Natasha, ¿te molesta qué este aquí? —pregunta, lo miro bastante sorprendida—. No me mires así, no disimulas muy bien que te incomodo —reconoce.

Él tiene su mirada puesta en las latas de cerveza. Alza una de sus piernas y apoya su brazo en ella.

—No es que me molestes del todo —ladea su cabeza un poco, para darme una mirada de confusión—, es que quiero saber más de ti y no sé qué hacer —admito frustrada—. No me das la oportunidad de conocerte, eres muy callado y no sé si estoy invadiendo tu espacio al intentar conocerte —bajo la mirada, empiezo a jugar con las puntas de mi cabello.

Se hace un pequeño silencio por algunos minutos.

—La verdad es que soy así, Masha. Me cuesta confiar en las personas y trato lo más que puedo de mantenerlos alejados de mi entorno —suspira, así que no soy la única desconfiada—. Mírame, por favor —habla en voz baja—, Natasha, mírame —alzo la mirada, con un semblante que no logro entender, vuelve a hablar—. Yo también quiero conocer más de ti —apoya los codos sobre el sofá—, tampoco es que hemos tenido la oportunidad de hablar, o por lo menos crearla —comenta, con diversión, haciéndonos reír.

El sonido de una llamada en mi celular se empieza a escuchar, ambos miramos el aparato que interrumpió un buen momento de charla.

—Es Danielle, si me disculpas un minuto —le informo, al ver el nombre de mi amiga reflejado en la pantalla.

—Al fin uno de los dos decidió reportar que estaban bien —niega con la cabeza, fingiendo indignación.

Llamada Telefónica:

—Masha —canta mi amiga.

—¡Hasta que aparece la señorita! Ya iba a ir a la policía a poner una denuncia por desaparición —finjo molestia.

—No exageres, además, tu voz molesta suena más fingida que promesa de presidente —dice, con voz socarrona. 

—Dani, ¿en serio me vas a comparar con un político? Esto es indignante, de verdad —la escucho reírse.

—Estamos a unas calles de casa. ¿Quieren que llevemos algo? —pregunta.

—Dame un minuto, linda —veo a Nate que está leyendo en su celular algo que parece ser muy serio, debido a su expresión en su rostro—. Oye, los chicos preguntan que si queremos algo, ya están cerca de aquí.

Solo mueve su cabeza en negación, sin dejar de ver el aparato.

—Dice que no quiere nada, pero yo te perdono el abandono de tantas horas si me traes un helado mínimo de tres sabores —pido, seriamente, Nate vuelve a verme, pero esta vez me sonríe.

—Ya decía yo que te habías demorado mucho en no decirme nada por el tiempo fuera de casa, mamá. Nos vemos al rato en casa —vuelve a reírse.

Termina la llamada como de costumbre y sonrío porque siempre finalizamos cualquier conversación así. Mi amiga definitivamente está muy loca.

—Siempre hay un amigo que se preocupa más —admitió sincero, guardando su celular en el bolsillo de su pantalón—, y en estos momentos me preocupa más Logan que ella misma —se burló—. ¿Hace mucho que la conoces?

—La preocupación en nosotras es mutua —vuelvo a poner el celular sobre la mesita de café—. ¿Por qué te preocupa Logan y no Danielle? —achico los ojos—. Digamos que la conozco desde que llegué a California. Fue la única persona que me escuchó y comprendió —asiente lentamente, sorprendido—. Ella y yo tenemos historias bastantes similares —sonrío con nostalgia.

Si hablamos de falta de padres...

—Porque a Logan le gustan las pelirrojas —lo miro sin entender—. Tranquila, tu amiga con él está a salvo —pasa su mano por su cabello—. Más adelante entenderás ya verás. Por ahora es muy pronto, créeme.

—¿Sabes que soy rusa? —me ve con diversión—. Ya debes saber que averiguaré eso que no me quieres decir —suelta una pequeña risita—. Oh, te ves mucho mejor cuando te ríes.

—Tengo la certeza de que averiguaras hasta lo más mínimo —sonríe de lado—. Todos guardamos secretos. Hay algunos que se pueden decir y otros que no, pero depende de nosotros y de la confianza que nos dé la persona para confiarle lo que ocultamos con afán —no me deja responder y vuelve hablar—. Tú y yo no somos la excepción, pero te doy mi palabra de que dejaré que me conozcas y descubras quién soy —suspira fuertemente—. Cuándo no me tengas miedo y te acerques sin dudarlo. 

—Entonces es una promesa —ambos nos miramos—. Cuando llegue el momento sé lo más honesto que puedas. Si tus palabras son sinceras, te creeré, no importa lo que sea, simplemente lo haré.

—Entonces tenemos una promesa —se escuchan unas risas en el pasillo, aparta la mirada y toma una lata de cerveza—. Al parecer esta charla la terminaremos otro día.

No pasa mucho tiempo para cuando se abre la puerta y entran los chicos a la casa. Rápidamente se unieron a nosotros y entre bromas y risas comenzamos a comer. El ambiente fue relajado y cómodo. Era como si fuéramos amigos desde hace mucho tiempo y es la primera vez que los miro tan tranquilos desde que llegaron a nuestra casa. Su semblante cambió a uno de calma, bajaron la guardia y disfrutaron el momento.

Ellos estaban cómodos, todos estaban cómodos… yo estaba bien y pude relajarme también.

Para la sorpresa de nosotras, ellos nos dijeron que son hermanos. La diferencia es que a Logan lo adoptaron primero. Él viene de un orfanato de Inglaterra y tiene 29 años. Al tiempo después, adoptaron a Nathan en un orfanato en Australia y tiene 31 años. Fue una noche de sorpresas. Sus padres ayudaron hace algunos años a mis tíos, cuando ellos vinieron a vivir a California. 

Estados Unidos es un país grande, pero cuando se tiene amigos, todo se queda pequeño y al alcance de nuestras manos.

Ya eran pasadas las 11 de la noche cuando vimos la hora. La estábamos pasando bien, pero nos despedimos porque Danielle y yo debíamos trabajar al día siguiente. Mi amiga se fue a su habitación y quedó encantada con las paredes blancas perladas y cama color verde agua. Sabía que le gustaría. Yo también me dispuse a ir a mi nueva habitación color rosado claro con blanco y una cama en el centro de ella con edredones blancos con rosa.

Lo admito, las apariencias engañan. Hoy la pasé muy bien y a ellos los juzgué mal. 

Nathan me dio su número de teléfono. No quiere que perdamos el contacto aun cuando no nos veamos. Su excusa fue que él estaba muy atento con su círculo de amigos y por eso siempre quería saber de ellos.

Y que pequeño resultó ser el mundo. Yo quería información sobre estos chicos y la tuve. Es un gran paso saber algo sobre sus vidas. Más adelante hablaré con mis tíos por la amistad que mantienen con los padres de estos chicos y quiero saber, de dónde sacaron el dinero que me prestaron para el departamento. El restaurant va muy bien, pero esa cantidad de dinero no los da. Me di una ducha rápida, me puse mi camisón color blanco de corazones, me cepillé los dientes y me metí a la cama.

«Mañana será un día de trabajo fuerte» pensé, antes de caer profundamente dormida.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo