14.

El dolor caía en el cuerpo de David cómo esa gota de luz que desaparecía en la nada de la oscuridad impostada. — ¿Qué está pasando aquí? — Decía Luz una vez hubo llegado a la altura de su hijo y a su vez era José que llevaba consigo los vítores y los aplausos de todos los presentes el que bajaba las escaleras mientras sonreía y saludaba. — Nada, Mane ya se iba ¿Verdad? — El hombre se centraba en el tono de voz de su esposo, un tono en el que se delataba la presión que sentía, el agobio, el sentirse como un prisionero en su propia casa, David necesitaba salir de ahí.

Pero en cambio era Mane quien, con voz dulce y melosa, contrarrestaba esos efectos cogiéndole de la mano y respondiendo. — Vamos a bailar. — Luz miraba atónita la escena, poco a poco la mujer notaba la presencia de su marido que se iba acercando a ellos con ese traje de color vino que le hacía estar despampanante. — ¿No te cansas de perseguir a mi hijo? Ya deberías saber que él no quiere tener nada que ver contigo. — José
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