Sombras

La primera vez que Henry sintió que no encajaba fue a los cinco años. Lo recuerda como si hubiese sido ayer: el cumpleaños de Alexander.

Había globos por todas partes, un pastel enorme decorado con el escudo de su equipo de fútbol favorito y una fila interminable de regalos que apenas cabían en el salón.

Su padre, imponente como siempre, sostenía a Alexander en brazos, orgulloso, mientras los invitados le cantaban "feliz cumpleaños".

Henry estaba allí, en una esquina, con una gorra de papel que se le resbalaba de la cabeza y un deseo imposible anudado en la garganta: que su padre lo mirara igual que a Alexander.

Desde muy pequeño, supo que no era igual. Alexander tenía los ojos verdes de su madre, esos ojos que el señor Blackwood jamás había podido olvidar.

Cuando la señora Blackwood murió, el dolor transformó a su esposo en un hombre frío y amargado, pero ese amor perdido se mantuvo vivo en la mirada de su hijo mayor.

Era como si Alexander fuese un recordatorio constante de lo q
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