El ascensor sube lento, y Henry, de pie junto a Valentina, siente una satisfacción tan profunda que casi podría saborearla.Su presa está tan cerca, tan confiada. Inocente. Ignora que cada palabra, cada sonrisa que él le regaló esta noche, fue calculada con la precisión de un bisturí.La observa de reojo. Valentina se recoge un mechón de cabello tras la oreja, nerviosa pero emocionada. Sus mejillas tienen un leve rubor, y sus labios, apenas entreabiertos, insinúan una vulnerabilidad que a Henry le resulta deliciosamente conveniente.Tan fácil, piensa. Tan desesperadamente necesitada de ser vista, admirada, deseada. Engañarla va a ser mucho más sencillo de lo que él se imaginaba.Por el tiempo que llevaba observándola, Henry habría jurado que le iba a costar más trabajo convencerla de sus encantos, pero cayó directo en la trampa. Es una mujer inteligente, pero ansiosa del afecto de un hombre.¿Quién sabe? — piensa él — tal vez ella también tenga daddy issues. Bienvenida al club.Cuand
La mañana apenas comienza cuando Henry se despide de Valentina con una sonrisa satisfecha en el rostro.La ve salir del hotel envuelta en un abrigo ligero, el cabello recogido en un moño descuidado, sus pasos ligeros, despreocupados.Ella no sospecha nada.No ve la trampa tendida bajo sus pies.Henry cierra la puerta con calma, recostándose contra ella unos segundos.El sabor del triunfo es dulce, embriagador.Todo ha salido exactamente como planeó.Con un movimiento ágil, saca su móvil del bolsillo y marca el número que ha usado más veces de las que admitiría.No hay necesidad de presentación cuando la llamada es respondida.—Está hecho —anuncia, su voz rebosante de una arrogancia apenas contenida.Hay un segundo de silencio. Luego, la voz de Camille, suave y venenosa, cruza la línea.—Perfecto. ¿Te ganaste su confianza?Henry deja escapar una risa breve.—Digamos que ya no necesita muchas excusas para contestarme los mensajes. Esto apenas comienza.—No bajes la guardia —advierte ell
Unos días después, Henry se pasea frente al ventanal del restaurante, su reflejo recortado contra la ciudad que comienza a encenderse con los tonos del atardecer.Mira su reloj: todavía quedan unos minutos para la cita.No puede evitar sonreír mientras repasa mentalmente el guion que ha preparado.Valentina es lista, pero también confiada.Todo lo que necesita es un pequeño empujón en la dirección correcta.Cuando ella aparece, puntual como siempre, su corazón da un pequeño salto fingido.Se levanta de inmediato, saludándola con una sonrisa cálida que desarma cualquier barrera.—¡Val! —dice, tomándola de la mano y besándola en la mejilla—. Me alegra tanto verte.Valentina sonríe, ligeramente sonrojada.—Yo también tenía ganas —responde, quitándose el abrigo.Se instalan en una mesa junto a la ventana, el ambiente acogedor envolviéndolos en una burbuja de complicidad.Henry le dedica toda su atención: su mirada, su cuerpo, todo su lenguaje no verbal le grita que ella es el centro de su
La rendición tiene un sabor adictivo.Henry lo saborea en cada mirada esquiva, en cada respiro contenido de Valentina mientras cruza el umbral de la suite. Una semana más ha pasado. Mucho puede suceder en una semana y Henry lo sabe bien. Los encuentros con Valentina no se han detenido. Han pasado todos los días prácticamente inseparables y ese no es la excepción.La manera en que los dedos de Valentina juguetean nerviosos con el asa de su bolso antes de soltarlo sobre una butaca. El leve temblor que recorre su espalda cuando él cierra la puerta, aislándolos del resto del mundo.Ella ha dicho que sí. Una y otra vez se ha rendido ante el hombre que tiene enfrente. Nunca antes de había sentido de esa manera y lo único que le pude todo su cuerpo es más, más y más.No ha aceptado la proposición de Henry con palabras, sino con su cuerpo, con la aceptación silente que para él vale mucho más. Durante toda la noche anterior, la tensión se había estirado entre ellos como un cable a punto de
Los golpes insistentes en la puerta la sobresaltan.Isabella deja el paño de cocina sobre la encimera y cruza el apartamento con el corazón desbocado. Es tarde. No espera a nadie. Y los niños ya están dormidos.Cuando abre, encuentra a Alexander plantado en el umbral, empapado por la llovizna, el ceño fruncido y los labios apretados en una línea dura.Está empapado, tiene todo el traje mojado, el pelo revuelto y, aun así, no puede evitar devorarlo con la mirada. Por mucho que lo ha intentado, no ha podido controlar la manera estúpida en la que sus ojos lo continúa mirando cada vez que se encuentran.—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta ella, entre sorprendida y desconfiada.Alexander no se inmuta. Da un paso al frente, obligándola a retroceder para dejarlo pasar.—No contestabas mis llamadas —espeta, cerrando la puerta tras de sí con un movimiento seco—. Ni mis mensajes. Me preocupé. Ha pasado más de una semana, Isa. Me evitas en la empresa, huyes de mí como si fuera en mismo diablo.
Tres días después, Alexander ya tiene un departamento visto. En cuestión de días lo ha encontrado. Nunca había estado tan entusiasmado por algo. Ha tratado de convencerse de que es por la idea de tener a sus pequeños cerca, pero sabe que en parte, también es por la idea de tener a Isabella a metros de distancia.El ascensor se detiene suavemente en el piso más alto. Alexander se adelanta y, con un gesto galante, invita a Isabella a salir primero.Ella respira hondo antes de hacerlo.El pasillo es elegante sin ser ostentoso, decorado con discretas obras de arte modernas y una alfombra gruesa que amortigua el sonido de los pasos. Hay una sensación de calma, de seguridad... de hogar.Alexander se detiene frente a una doble puerta de madera oscura. Introduce una clave en el teclado digital y el seguro se desbloquea con un clic suave. La puerta se abre y, al cruzarla, Isabella contiene el aliento.El departamento es impresionante. Es mucho más de lo que ella había imaginado jamás.Un espa
La mudanza es un torbellino de emociones.Los niños corretean de un lado a otro, sus risas rebotando en las paredes aún medio vacías del nuevo departamento. Isabella observa las cajas apiladas en el salón, sintiendo una punzada de nostalgia por lo que deja atrás… pero también, una chispa de esperanza por lo que podría construir aquí.Alexander no se separa de ellos.Aparece a primera hora, con mangas remangadas, cargando cajas como si fuera uno más del equipo de mudanza.No le importa ensuciar su traje. No le importa su imagen de CEO perfecto.Sólo le importa estar allí con su familia.—¿Dónde quieres esto, jefa? —pregunta con una sonrisa traviesa, levantando una enorme caja que dice "juguetes" en marcador grueso.Isabella sonríe a pesar de sí misma.—En la habitación de los niños, por favor.Lo ve desaparecer por el pasillo, los músculos de su espalda moviéndose bajo la tela ajustada de su camisa, y se sorprende a sí misma observándolo más de la cuenta.Sacude la cabeza y se concentr
Alexander recoge con facilidad a Gael y a Liam en sus brazos, mientras Isabella toma a Emma, y los llevan hacia la habitación de los trillizos.La casa está en penumbra, iluminada solo por las luces suaves de la ciudad que se cuelan a través de los ventanales.El silencio, interrumpido apenas por el murmullo de la televisión en la sala, es casi reverente.Con una ternura inesperada, Alexander ayuda a Isabella a acomodar a los pequeños en sus camas.Liam ronca ligeramente, Gael se acomoda contra su almohada con un suspiro satisfecho, y Emma se aferra a su osito de peluche con una sonrisa dormida.Alexander observa la escena con una suavidad en el rostro que a Isabella le roba el aliento.Cuando terminan, salen en silencio de la habitación, cerrando la puerta con delicadeza.La tensión entre ellos, que durante todo el día había crecido de manera lenta pero implacable, ahora se siente casi física.Densa. Palpitante.Como una cuerda a punto de romperse.Alexander se inclina hacia ella, ba